Acto de cierre de campaña de Milei en Moreno: ¿política o montaje de autoatentado?

El acto de cierre de campaña de Javier Milei en Moreno no es un simple evento político: es un show montado en un club precario, casi un potrero, elegido a propósito para jugar con fuego. Sin condiciones mínimas de seguridad, con accesos anegados, un único ingreso para público y presidente y sin vías de escape, el lugar parece diseñado para el caos. Todo apunta a una estrategia de victimización: Milei busca que cualquier incidente lo ponga en el rol de mártir, copiando la receta de Trump y Bolsonaro. Kicillof ya lo advirtió: lo hace responsable de lo que pueda pasar. Mientras tanto, sus dirigentes hablan de “zona liberada” y en redes crece la sospecha de un posible autoatentado. Más que un cierre de campaña, es un acto de provocación irresponsable, donde el mayor peligro no son los enemigos externos, sino el propio Milei fabricando su relato de víctima desesperada.

POLITICA NACIONAL

Por Julián Pereyra

9/3/20253 min read

Lo que se va a vivir hoy en Moreno, más precisamente en Villa Trujui, dentro del Club Atlético Villa Ángela, no es un cierre de campaña: es un acto de provocación, un montaje burdo, un guion escrito para el show del mártir libertario. Porque nadie en su sano juicio podría elegir semejante lugar para un presidente de la Nación si realmente le preocupara la seguridad.

El club en cuestión no es más que un potrero con pretensiones: calles de tierra anegadas por las lluvias, accesos que parecen pensados para una jineteada y no para un acto político, sin vallado perimetral, sin infraestructura mínima, con un único ingreso —el mismo para el público y para el presidente— y sin vías de escape adecuadas para una evacuación. En criollo: una trampa mortal montada a propósito. Y ahí está el punto.

Porque lo “curioso” de esta elección no es la improvisación, sino la intencionalidad. No hay error ni ingenuidad. Milei no busca garantizar seguridad: busca tensión, riesgo, chispa. Busca que algo pase, que alguien tire una piedra, que se produzca un roce, un incidente que le permita mostrarse como víctima, como un perseguido, como un mártir de la democracia liberal. La misma receta que usaron Trump y Bolsonaro para consolidar a sus bases más fanatizadas.

El gobernador Axel Kicillof fue claro: “Hago responsable a Milei de cualquier hecho de desorden o violencia”. Y no lo dice al pasar: la seguridad del presidente está en manos de Casa Militar y de las fuerzas federales. Pero el oficialismo ya se encargó de preparar la excusa. Sebastián Pareja, dirigente de La Libertad Avanza en la provincia, acusó a Kicillof de haber “renunciado públicamente a brindar seguridad” y de dejar una supuesta “zona liberada” para “provocar un atentado”. Traducido: si algo llega a pasar, ya saben a quién culpar.

La trama es tan grotesca que hasta en las redes sociales circulan especulaciones sobre un posible autoatentado o, al menos, un escenario deliberadamente expuesto al riesgo. ¿Casualidad? Difícil de creer después de los episodios de Lomas de Zamora (la caravana apedreada) o Corrientes (comitiva agredida). Todo huele a ensayo, a montaje, a provocación programada.

Y el propio Milei se encarga de reforzar esta narrativa. En una entrevista con Louis Sarkozy llegó a decir que el kirchnerismo busca “destruir el plan económico, hacer manifestaciones violentas o intentar matarme”. Lo repito: intentar matarme. Así, sin medias tintas. Una declaración tan irresponsable como peligrosa, que no hace más que preparar el terreno para justificar cualquier “incidente” futuro.

El problema es que este juego no es inocuo. No se trata solo de un candidato jugando al héroe perseguido. Se trata de poner en riesgo la seguridad de miles de personas que asisten a un acto político en un predio que no está preparado para recibir ni a un presidente ni a una multitud. Se trata de usar la violencia, real o inventada, como herramienta de campaña. Y eso, además de patético, es criminal.

El trasfondo es obvio: Milei y su tropa buscan victimizarse antes de las elecciones, tapar la bronca social que se siente en cada protesta, en cada escrache, en cada cántico de las calles. Transformar el enojo popular en un relato de persecución. Convertir la desconfianza ciudadana en combustible para su show.

Y así llegamos al cierre inevitable: Milei no necesita kirchneristas violentos, ni zonas liberadas, ni conspiraciones de operetas. El mayor atentado contra su propia campaña lo organiza él mismo. Eligiendo escenarios inseguros, montando relatos conspirativos, fabricándose la máscara de mártir. Todo para no hablar de lo que realmente duele: una gestión fracasada y una sociedad que ya no le cree.

En el fondo, Milei no teme que lo ataquen. Teme que no lo tomen en serio. Y entonces, en su desesperación, inventa enemigos y fabrica atentados. Porque lo único que no puede soportar este gobierno es lo que está pasando en la calle: que la gente ya no le tiene miedo.