Cien muertos por fentanilo: la tragedia que desnuda el desmantelamiento del Estado
La confesión de Federico Sturzenegger de que “un país sin controles es mejor para la libre empresa” desató indignación en plena crisis sanitaria. Más de 100 muertes por fentanilo contaminado podrían haberse evitado si no se hubieran desmantelado organismos como la ANMAT y el SENASA. Lejos de asumir su responsabilidad, el gobierno de Javier Milei intenta culpar al kirchnerismo, mientras la tragedia expone crudamente las consecuencias mortales de la desregulación libertaria.
POLITICA NACIONAL
Por Julián Pereyra
8/16/20253 min read


Las palabras importan. Y cuando quien las pronuncia es un ministro de la Nación, mucho más. Federico Sturzenegger, el ministro de Desregulación de Javier Milei, dejó caer en un streaming una de las frases más brutales e irresponsables que se recuerden en democracia: afirmó que un país “sin controles” de organismos como la ANMAT o el SENASA sería mejor para la libre empresa. En cualquier contexto sería un disparate. Pero en el actual, con más de 100 muertes confirmadas por fentanilo contaminado y decenas de personas hospitalizadas, se convierte en una verdadera confesión de culpabilidad.
No se trata de un error menor, ni de una expresión sacada de contexto. Lo que dijo Sturzenegger es la traducción más cruda de la política libertaria: destruir el Estado, recortar organismos de control, achicar funciones, despedir personal y dejar que el mercado decida. Y lo que el mercado decidió fue la muerte. Porque esas más de cien muertes eran evitables. Si la ANMAT hubiese contado con los equipos, el personal y las atribuciones que tenía antes de ser desmantelada, la partida contaminada de fentanilo jamás hubiera llegado a circular en farmacias y hospitales.
Lo mismo puede decirse de las intoxicaciones masivas con alimentos en mal estado. El SENASA debilitado dejó de garantizar la sanidad de lo que comemos. La lógica es la misma: menos inspecciones, menos controles, menos Estado. Pero más riesgo, más enfermedad y, en este caso, más muertes. ¿Cómo puede un funcionario, frente a semejante tragedia, tener el cinismo de plantear que “un país sin controles es mejor”? Es una bofetada a las víctimas y a sus familias.
Lo peor es que el gobierno, lejos de reconocer la responsabilidad directa que le corresponde, eligió el camino más cobarde: culpar al kirchnerismo. Milei y Sturzenegger repiten que el problema es herencia del pasado. Pero los hechos son tozudos: la partida de fentanilo contaminado fue fabricada y distribuida entre 2024 y 2025, es decir, bajo la gestión libertaria. No hay relato que pueda cambiar esa verdad.
El colmo de la hipocresía fue usar esta tragedia como herramienta electoral. Milei, en su discurso de campaña, se dedicó a asociar al kirchnerismo con el empresario dueño de los laboratorios, buscando embarrar la cancha y transformar una catástrofe sanitaria en munición política. ¿Y mientras tanto? Cien muertos, cientos de familias destruidas y ninguna autocrítica. Ni un solo gesto de reconocimiento. Ni un pedido de perdón. Nada. Solo más odio, más mentiras y más improvisación.
Lo que Sturzenegger llama “desregulación” es, en la práctica, un desamparo deliberado. Cuando el Estado se retira de funciones esenciales como el control de medicamentos o de alimentos, no queda libertad: queda desprotección. No es una teoría, no es un debate académico: es la realidad que ya nos estalló en la cara.
Cada muerte por fentanilo contaminado es una consecuencia directa de esa política. Cada hospitalización por intoxicación alimentaria es otro ejemplo de lo que significa dejar que el mercado se regule solo. Lo que nos quieren vender como “libertad” no es más que la ley de la selva, donde manda el más fuerte y los ciudadanos quedan reducidos a meros consumidores que se enteran demasiado tarde de que lo que compraron puede matarlos.
Las declaraciones de Sturzenegger no son un exabrupto: son casi una confesión involuntaria. Porque lo que dijo refleja exactamente lo que este gobierno piensa y aplica. Y esa confesión, en medio de cien muertes que pudieron evitarse, debería perseguirlo cada vez que hable en público. La responsabilidad no es difusa, no es compartida, no es “heredada”: es absolutamente de la gestión Milei.
La pregunta que queda flotando es si la sociedad argentina está dispuesta a tolerar que la ideología de la desregulación se cobre más vidas en nombre de una supuesta eficiencia económica. Porque si no se pone un freno, la frase de Sturzenegger será recordada como el epitafio de un Estado destruido a propósito, y de una tragedia que pudo haberse evitado.