Crisis en Argentina: el espejismo del dólar estable frente a la destrucción real del trabajo y la industria

Mientras el Gobierno se aferra al cuento del “dólar quieto” como si fuera prueba de éxito económico, la realidad en la calle es otra: una crisis que no se ve en la pantalla de la city, pero que se siente en cada hogar que perdió un ingreso, en cada fábrica que apagó las máquinas y en cada pyme que cerró después de resistir lo que pudo. Una Argentina donde el salvavidas financiero de Trump funciona como maquillaje barato para ocultar un derrumbe sociolaboral diario, con despidos en cadena y una industria que retrocede a pasos de gigante. Un país donde la estabilidad es una ilusión importada y la crisis, aunque silenciosa, es feroz.

POLITICA NACIONAL

Por Julián Pereyra

12/3/20254 min read

Hay que decirlo sin vueltas: la crisis sigue ahí, golpeando cada casa, cada barrio, cada familia, aunque el Gobierno se empeñe en disfrazarla con un dólar anestesiado por el salvavidas financiero de Donald Trump. Una “calma” que no es calma: es pan para hoy y hambre para mañana. Es la típica receta de los gobiernos que se enamoran del espejito donde se ven perfectos y niegan la realidad que los rodea.

Porque eso es lo que está pasando. El Gobierno mira su propio reflejo y se convence de que lo que ve es verdad. Una especie de “estadio del espejo” freudiano aplicado a la política económica: Milei y su círculo ven una imagen prolija, fuerte, victoriosa… mientras del otro lado del vidrio la Argentina real se desmorona.

El shock sociolaboral que empezó el 27 de octubre

Desde el día después de las elecciones, la economía no explotó por el dólar: explotó por los despidos.
Porque mientras el relato oficial festejaba que el “riesgo kuka” había sido derrotado y que el dólar seguía planchado gracias al auxilio de Washington, en los parques industriales y en las pymes del interior pasaba lo contrario: la crisis empezó su propio “día después”.

Todos los días, sin excepción, desde el 27 de octubre:

  • cierran fábricas,

  • se apagan líneas de producción,

  • se suspenden turnos,

  • se mandan telegramas de despido,

  • familias enteras se quedan sin ingresos.

Ya no se trata de casos aislados. Es un derrumbe sistemático, distribuido en metalúrgicas, textiles, autopartistas, electrónicas, alimenticias, tecnológicas y comercios. Es un goteo permanente que, sumado, termina siendo un alud.

La industria retrocede casi 10% en dos años. Diez por ciento. Una caída brutal que en cualquier país serio se llamaría por su nombre: crisis. Pero acá no, porque en la Argentina mileísta “si el dólar no vuela, no pasa nada”. Ese es el truco. Un truco infantil, peligroso, casi perverso.

La estabilidad cambiaria prestada: el espejito donde el Gobierno se admira

El Gobierno se para frente a su propio reflejo y dice: “Si el dólar está quieto, estamos ganando”. Como si esa quietud fuese mérito propio y no el resultado del respirador financiero que Trump conectó por conveniencia electoral. Una asistencia condicionada, frágil, que puede cortarse en cuanto cambie el humor de Washington.

Pero esa imagen congelada del dólar estable funciona como un narcótico: les permite creerse su propio cuento. Un cuento donde la economía “se ordena”, donde “la confianza vuelve”, donde “el mercado responde”.

Mientras tanto, afuera del espejo:

  • 19 mil empresas cerradas,

  • 276 mil empleos formales destruidos,

  • industrias que se transforman en importadoras,

  • barrios que pierden su principal fuente de trabajo,

  • trabajadores que pasan de la fábrica a la changa en cuestión de semanas.

¿Dónde está el éxito? ¿En qué universo paralelo vive el Gobierno?

Una crisis sin corridas, pero con familias en terapia intensiva

Esta no es la crisis típica argentina. No tiene las luces de colores de una corrida. Es peor. Es silenciosa, diaria, corrosiva, agotadora. No estalla en un día: te va erosionando, te va borrando la posibilidad de vivir con dignidad.

No se ve en una pantalla de TV: se ve en la heladera vacía, en el changuito sin llenar, en la fábrica con candado, en el sueldo que no alcanza ni una semana.

El Gobierno celebra que “no hubo colas en las casas de cambio”.
Claro.
Porque ahora las colas largas están en:

  • las oficinas de Recursos Humanos,

  • los comedores comunitarios,

  • las entrevistas laborales donde se pelean cientos por un puesto miserable.

El Gobierno hablándole a su propio reflejo se parece demasiado al estadio del espejo freudiano:
ven un “yo” idealizado, omnipotente, que no coincide en absoluto con el cuerpo real que se está cayendo a pedazos. La versión que repiten es: “Estamos mejor porque el dólar no saltó”.

La realidad es: Estamos peor porque la gente sí está saltando… al vacío. El país se desindustrializa, se precariza, se primariza, se achica. ¿Y qué dice el Gobierno?: “Vamos bien”. La desconexión es total.

La mentira del dólar quieto no alcanza para tapar el desastre

La estabilidad cambiaria prestada no es un proyecto de país.
Es un parche que compra tiempo mientras la economía real se desploma.

Esta idea de que “sin corrida no hay crisis” es una trampa peligrosa. Porque mientras celebran una calma prestada, la tormenta se desata puertas adentro de cada hogar argentino. Hay que decirlo claro: La economía no se mide por el azul del dólar, sino por el rojo de los despidos.

El Gobierno debe dejar de mirarse en el espejo y empezar a mirar la calle. La Argentina real. La que produce, la que trabaja, la que cuida, la que llega como puede a fin de mes.

Porque no se puede gobernar con una imagen idealizada cuando la realidad es un incendio.

La “estabilidad” que venden es artificial, prestada y momentánea. El sufrimiento, en cambio, es nuestro. El de todos los días. El de carne y hueso.

Si no se reconoce la crisis tal cual es —aunque no venga con corrida—, 2026 puede ser aún peor.
Y esta vez, ni el espejo ni Trump van a alcanzar para sostener la mentira.