Cristina condenada: el odio organizado no descansa ni después de haber ganado
Una condena sin pruebas, una sentencia escrita de antemano, y un objetivo claro: disciplinar al peronismo y borrar a Cristina Fernández de Kirchner de la escena política. Pero aunque lograron inhabilitarla, no lograron quebrarla. Lo que verdaderamente les duele es que Cristina no se arrodilla: saluda desde el balcón, sonríe, y sigue siendo acompañada por un pueblo que no la suelta. Mientras los odiadores destilan su violencia mediática, queda claro que esto no es justicia: es venganza de clase. Porque le temen a una mujer libre, sin jefes, con liderazgo y gestión. Y porque, como siempre, el pueblo no equivoca las lágrimas.
POLITICA NACIONAL
Por Julián Pereyra
6/12/20253 min read


La sentencia contra Cristina Fernández de Kirchner, que la inhabilita de por vida para ejercer cargos públicos y le impone seis años de prisión, no es un fallo judicial: es la coronación de una persecución política largamente anhelada por los sectores de poder que siempre buscaron su destrucción. Es el resultado de una maquinaria impune donde el Poder Judicial, los medios hegemónicos y la derecha antiperonista se unifican con un solo objetivo: silenciar a quien se atrevió a gobernar sin arrodillarse ante ellos.
Esta condena no se sostiene ni siquiera desde el relato oficial de sus promotores. El propio ministro de Justicia del gobierno de Javier Milei, Mariano Cúneo Libarona —un libertario que no puede ser acusado precisamente de kirchnerista— admitió públicamente que “no había elementos suficientes para una condena”. ¿Entonces? ¿Qué clase de justicia es esta? Es simple: no es justicia. Es venganza. Es una operación política digitada desde los sótanos del poder real que nunca toleró a una mujer, sin jefes, independiente y con la temeraria costumbre de gestionar eficientemente.
Pero incluso después de haber conseguido lo que tanto desearon —la condena—, no les alcanza. No pueden parar. No descansan. Porque no los mueve la justicia: los mueve el odio. Un odio furioso, irracional, organizado y sostenido desde los micrófonos, los titulares y los despachos.
Eduardo Feinmann, el rostro mediático del resentimiento, llegó al extremo de desearle en vivo a Cristina una muerte como la de Videla, “cagando en un inodoro”. Antonio Laje, desde su pedestal televisivo, se arroga el poder de decidir en qué casa debe estar presa Cristina, presionando abiertamente al Poder Judicial como si fuese un fiscal más del expediente. Los periodistas de TN, irritados hasta el ridículo, se escandalizan porque Cristina sale a saludar al balcón. Luis Majul, el eterno operador disfrazado de independiente, se atreve a decir que ese simple saludo “genera violencia institucional”.
¿De qué hablan? ¿Qué quieren? ¿Qué buscan? Lo que buscan es claro: quieren verla rota, triste, humillada, ausente, borrada del mapa político y emocional del país. Porque saben que Cristina no es sólo una dirigente. Es un símbolo. Y los símbolos que despiertan amor popular son su principal amenaza. Por eso no pararán. La quieren presa, la quieren sola, la quieren muerta.
Pero detrás de todo este circo jurídico-mediático hay una verdad más profunda, más incómoda y más reveladora: no se trata solo de Cristina. El verdadero objetivo siempre fue el peronismo. Todo lo que huela a nacional y popular, como dijo Máximo Kirchner, es el enemigo estructural del poder económico concentrado. Lo fue ayer, lo es hoy y lo será mañana.
Porque en los últimos diez años, como también recordó Máximo, al pueblo le fue muy mal y al Grupo Clarín muy bien. Se quedaron con todo: medios, telecomunicaciones, justicia y política. Pero hay algo que todavía no pudieron quedarse: el amor del pueblo. Y eso los enloquece.
Lo que verdaderamente les duele no es haberla condenado. Es no haber podido verla destruida. Mientras ellos soñaban con una Cristina devastada, Cristina salió al balcón a saludar, sonrió, bailó y se abrazó con su gente. A pesar de la infamia, a pesar de la injusticia. Porque hay algo que nunca van a entender: el amor popular no se compra, no se proscribe, no se condena.
Y por eso no descansan. Porque tienen miedo. Le tienen miedo porque es una mujer, sin jefes, independiente y que gestiona eficientemente. Porque aunque intenten borrarla, su presencia sigue latiendo en cada rincón donde hay una bandera, una marcha, una causa justa, una memoria viva.
Ellos solo conocen el lenguaje del odio. Pero el pueblo, ese que resiste, que llora con dignidad, que abraza con coraje, ese pueblo no se equivoca. Porque el pueblo no equivoca las lágrimas.