Crueldad libertaria en estado puro: cuando gobernar es reírse de los médicos, negar la pobreza y odiar lo público

Mientras miles de familias no llegan a fin de mes y los médicos residentes del Garrahan luchan por sueldos dignos, el gobierno libertario responde con cinismo, crueldad y desprecio absoluto. Lilia Lemoine culpa a los médicos por haber elegido su vocación, Juliana Santillán inventa cifras para minimizar la pobreza, y el ministro Lugones pide que desaparezca el “populismo” en plena crisis sanitaria. No son errores, son políticas. No es ignorancia, es ideología de odio.

POLITICA NACIONAL

Por Julián Pereyra

6/5/20253 min read

¿Cómo puede ser que una diputada nacional como Lilia Lemoine —que cobra 5 millones de pesos mensuales por disfrazarse de cosplayer y levantar la mano en nombre del odio— tenga la desvergüenza, la crueldad y el cinismo de responsabilizar a los médicos residentes del Hospital Garrahan por haber estudiado medicina? ¿Cómo puede decir, con la liviandad de quien nunca necesitó un hospital público, que “tenés que separar tus sueños de tu trabajo” o que ella eligió “algo que le diera una salida laboral rápida”, como si la vocación por salvar vidas fuera un capricho de niños ricos?

¿¡Con qué cara, Lemoine!? ¿Vos, que jugás a la política mientras miles de médicos se rompen el lomo en hospitales devastados, venís a darles cátedra de adultez a quienes sostienen el sistema de salud pública con sueldos miserables, jornadas de 36 horas y guardias infinitas? ¿Vos, que te colgaste del Estado que tanto decís odiar para llenarte los bolsillos, te atrevés a despreciar la vocación y la entrega de quienes eligen curar en lugar de lucrar?

Esto no es ignorancia: es sadismo disfrazado de racionalidad.

Y si algo faltaba para completar el show de la miseria moral libertaria, aparece Juliana Santillán a decir, con tono doctoral y sonrisa de cartón, que “una familia puede vivir con $360.000”. ¿De qué país hablan? ¿En qué realidad paralela vive esta mujer? Porque en la Argentina real —esa que pisan los jubilados, los trabajadores informales, los changarines, los enfermeros— no se llega ni a mitad para cubrir la canasta basica. Pero claro, ¿qué le importa a una diputada que vive del privilegio, mientras le miente en la cara al pueblo que no llega ni al supermercado?

No hay otra forma de decirlo: son basura, y hay que tratarlos como lo que son. Escorias humanas que se burlan del hambre, del esfuerzo y de la tragedia cotidiana que viven millones de argentinos.

Y como si esto fuera poco, el Ministro de Salud —sí, de Salud, aunque no lo parezca— Mario Lugones declaró que “el populismo debe desaparecer” en referencia al reclamo legítimo de los residentes del Garrahan. ¿El populismo? ¿O sea que la salud pública, la inclusión social, el derecho a una atención médica digna ahora son malas palabras? Este tipo no puede estar ni un minuto más en su cargo. Tiene que renunciar ya mismo. Su desprecio abierto al sistema público de salud es una confesión de parte. Está incumpliendo sus deberes de funcionario público.

No es un error. No es una frase sacada de contexto. Es el núcleo del proyecto de Milei: odiar al pueblo, despreciar a los trabajadores, atacar a los más vulnerables y destruir todo lo que tenga olor a lo público. Quieren una Argentina sin médicos, sin docentes, sin jubilados, sin pobres visibles. Quieren el país para ellos solos.

Cada vez que hablan, vomitan odio. Desprecian la empatía, la solidaridad y la justicia social. No hay torpeza, hay crueldad planificada. Y lo hacen con esa sonrisa sádica que sólo tienen los que nunca sintieron en carne propia el dolor del otro.

Ya basta. No podemos seguir siendo tibios. No podemos seguir mirando para otro lado.

Hay que llamar a las cosas por su nombre. Estos personajes no son polémicos: son traidores a la Patria. Son enemigos del pueblo. Son sinvergüenzas que desprecian la vida humana y que están dispuestos a todo con tal de sostener este experimento de ajuste y represión.

Hay que repudiarlos en las calles, en las redes, en cada escuela, hospital, centro cultural y en cada rincón donde todavía haya una voz dispuesta a defender la dignidad. Porque callar frente a esto es traicionar a los que luchan, a los que curan, a los que enseñan, a los que sufren.

Y eso, no lo podemos permitir. Nunca.