Descontrol de alimentos en todo el país: la góndola vuela y la recesión no frena nada

Mientras el Gobierno insiste en vender un relato de “orden económico” sostenido por un dólar planchado a fuerza de respaldo externo, en la vida real pasa exactamente lo contrario: los alimentos se descontrolan y la mesa de los argentinos se vuelve un lujo. Supermercados y comercios barriales denuncian aumentos semanales, remarcaciones silenciosas y una inflación que no afloja aunque la economía esté paralizada. Con salarios pulverizados, tarifas impagables y un consumo que se desmorona, las familias ven cómo cada día su plata vale menos y cómo llenar la heladera se convierte en una batalla perdida. Una Argentina donde la teoría del Gobierno no coincide con nada de lo que se vive en la calle, y donde el precio de comer sigue escalando como si nadie estuviera al mando.

POLITICA NACIONAL

Por Julián Pereyra

12/9/20253 min read

En la Argentina de hoy, donde el Gobierno jura y perjura que logró “ordenar la economía” gracias a un dólar planchado que solo se sostiene por el respaldo político de Estados Unidos, la realidad en la calle va en sentido contrario: descontrol, caos y un nivel de aumentos en los alimentos que directamente es una burla a la gente que vive de su sueldo. Mientras desde la Rosada se sacan selfies celebrando una estabilidad ficticia, en los supermercados y en los comercios de barrio la inflación está totalmente desatada.

Los números son tan brutales como cotidianos: aumentos semanales que superan el 1% en promedio, picos del 8% en productos de consumo masivo y una carne que en apenas un mes se disparó un 35%. Y no estamos hablando de informes académicos lejanos: lo dicen los propios supermercados, los almacenes, los carniceros de toda la vida que ya no saben qué precio escribir en la pizarra porque cambia semana tras semana. El país se cae a pedazos en la góndola, mientras el Gobierno mira el precio del dólar como si fuera la única variable que importara.

El cinismo es total. Con salarios pulverizados, con una recesión que se siente en cada rincón, con importaciones liberadas como nunca antes y con el relato oficial de que “la inflación está bajando”, los alimentos siguen escalando sin límite. ¿Por qué? Porque los fabricantes lo admiten sin rodeos: no venden, las tarifas explotaron, los combustibles se dispararon, los impuestos subieron y la única forma que encuentran de sostener la rentabilidad es remarcar precios aunque la gente no compre. Dicho brutalmente: están trasladando la crisis al consumidor, que ya no tiene espalda para absorber nada más.

Y ahí queda completamente expuesta la farsa del Gobierno y la teoría económica de Milei. Según él, si no hay emisión, si no hay demanda y si se abre la economía, los precios deberían bajar. Bueno, acá está la prueba viviente de lo contrario: sin emisión, sin demanda y con importados inundando las góndolas, los precios siguen subiendo. No bajan, no se estabilizan, no se “sinceran”: aumentan. Semana a semana. Mes a mes. Como si nada.

Encima, la famosa “lluvia de importados” no sirvió absolutamente para nada. No bajaron los precios, no moderaron aumentos y no generaron competencia. Coca Cola subió 5% en una semana. Bimbo, 5%. La Virginia, 8%. Arcor, 8% en el mes. Las cadenas registran subas generalizadas del 0,7% semanal. Las consultoras privadas —Analytica, LCG, Econviews, Eco Go— todas coinciden: la inflación de alimentos se está acelerando, con aumentos semanales del 1% y proyecciones mensuales del 3% o más. La carne, las bebidas, las frutas, los panificados… todo se mueve para arriba. Nada frena.

A esto se suma un derrumbe del poder adquisitivo que directamente da vergüenza ajena. Desde que Milei es presidente, la luz aumentó 344%, el gas 617%, el transporte más de 900%. Y los salarios solo subieron 229%. No hay bolsillo que aguante. No hay familia que pueda armar un presupuesto. Hoy millones de argentinos pagan servicios, alquileres, deudas y recién después miran lo que les queda para comer. Y en muchísimos casos, lo que les queda no alcanza. Hay gente comprando comida en cuotas. Comida. En cuotas. Eso ya no es una crisis: es un país quebrado moralmente.

El Gobierno, mientras tanto, mira para otro lado. Niega la inflación real. Niega la pérdida de poder adquisitivo. Niega que los comercios están vacíos. Niega que la gente no llega a mitad de mes. Prefiere repetir el mantra del “orden macro” y el “dólar estable”, como si la estabilidad fuese un número verde en un monitor y no la posibilidad concreta de que una familia pueda comer sin endeudarse.

Este cóctel —recesión, importaciones masivas, dólar artificialmente frenado, consumo en coma y precios que vuelan— no es estabilidad. No es éxito. No es un plan económico. Es un modelo que produce hambre. Hambre real. Hambre hoy.

Y hay algo que queda clarísimo: si el Gobierno no se decide a frenar esta dinámica brutal de aumentos, si sigue aferrado al relato mientras los precios siguen corriendo por arriba de todo, el 2026 no va a ser mejor: va a ser devastador. Porque un país donde la comida aumenta todas las semanas es un país donde nadie puede vivir con dignidad.

El descontrol en los precios es la prueba más contundente de que el plan económico no está funcionando. No se trata de expectativas, teorías o powerpoints. Se trata de la vida real de millones. Y esa vida está cada día más cara, más difícil y más injusta. El Gobierno puede seguir maquillando números, pero no puede maquillar la góndola.

La realidad es una sola: la Argentina está pagando cada vez más y comiendo cada vez menos. Y eso jamás se resuelve mirando el dólar. Se resuelve enfrentando la inflación, cuidando el salario y defendiendo a los que hoy sienten que ya no les alcanza ni para lo básico.

Y nada de eso está ocurriendo.