Desguace nuclear: la entrega de Nucleoeléctrica y la motosierra sobre el futuro argentino

El Gobierno avanza con la privatización del 44% de Nucleoeléctrica Argentina, la empresa estatal que opera Atucha I, Atucha II y Embalse. Bajo la excusa de “promover la inversión privada”, se entrega uno de los pilares del desarrollo científico nacional para cumplir con las exigencias del FMI y la presión de Estados Unidos. Un desguace disfrazado de modernización que pone en riesgo la soberanía tecnológica, el futuro energético y décadas de conocimiento argentino. Mientras el mundo apuesta por la energía nuclear, Argentina la liquida en busca de dólares para sostener la motosierra del ajuste.

POLITICA NACIONAL

Por Julián Pereyra

11/10/20254 min read

La historia argentina tiene un patrón que se repite con una obstinación casi trágica: cuando el país logra construir algo propio, sólido, estratégico, aparece el turno del remate. Hoy, el nuevo capítulo de ese saqueo institucional se llama privatización parcial de Nucleoeléctrica Argentina S.A. (NA-SA), la empresa estatal que opera las tres centrales nucleares del país —Atucha I, Atucha II y Embalse—, y que representa uno de los orgullos más grandes del desarrollo científico nacional.

El gobierno confirmó la venta del 44% de las acciones de NA-SA, bajo el argumento de “promover la inversión privada” y “modernizar” el sector energético. Pero detrás de ese lenguaje técnico y esa retórica neoliberal que disfraza el desmantelamiento de progreso, se esconde la obediencia directa a las exigencias del FMI y la presión de Estados Unidos, que desde hace meses exige la “privatización de empresas estatales estratégicas” como condición para sostener los acuerdos financieros.

El Estado conservará, al menos en los papeles, el 51% y el poder de veto sobre decisiones clave. Sin embargo, el verdadero mensaje es otro: Argentina entrega soberanía tecnológica a cambio de un puñado de dólares. La excusa, como siempre, es el “orden fiscal”. El resultado, como siempre, será más dependencia, menos ciencia y un país que se resigna a ser proveedor de materia prima y mano de obra barata.

Nucleoeléctrica no es cualquier empresa. Es una firma superavitaria, que genera alrededor del 7% de la energía eléctrica nacional, que mantiene en funcionamiento tres centrales fundamentales para la matriz energética, y que forma parte del núcleo duro del sistema científico y tecnológico argentino.

Durante décadas, NA-SA fue el ejemplo concreto de que el Estado puede producir conocimiento, energía y rentabilidad, todo al mismo tiempo. Desde la construcción de Atucha II hasta los proyectos más recientes, como el CAREM, el país logró sostener un desarrollo tecnológico que lo ubicó entre las pocas naciones del mundo capaces de diseñar y operar reactores nucleares propios.

Pero todo eso ahora está en riesgo. Con esta privatización, el gobierno entrega parte de un sector estratégico que el mundo entero busca expandir. Mientras Estados Unidos y Europa relanzan sus programas nucleares, y China construye decenas de nuevos reactores, Argentina opta por liquidar lo que supo construir con esfuerzo, conocimiento y orgullo nacional.

Los especialistas lo advirtieron: esto es retroceso

No se trata de una discusión ideológica vacía. Científicos y especialistas que trabajaron durante años en el desarrollo nuclear argentino encendieron todas las alarmas. El físico Diego Hurtado, exvicepresidente de la Comisión Nacional de Energía Atómica, fue tajante:

“El sector nuclear es una de las pocas escuelas que logró crear Argentina para el desarrollo de tecnología. Nos están llevando al subdesarrollo.”

El ingeniero Nicolás Malinovsky, autor de Crítica de la energía política, coincidió:

“Cuando se privatiza lo público, se destruye el conocimiento acumulado. Lo vimos en los 90 con YPF: se desmantelaron laboratorios, se robó conocimiento, y se frenó la exploración. Esto no es distinto.”

Ambos coinciden en lo mismo: el impacto inmediato puede parecer limitado, pero el daño estructural será enorme. Lo que se destruye no es solo una empresa rentable, sino una red de conocimiento e innovación que lleva más de medio siglo construyéndose.

La motosierra del corto plazo

La privatización de NA-SA no es una decisión estratégica, es una medida desesperada. Forma parte del intento del gobierno por juntar dólares a cualquier precio para tapar el agujero fiscal y sostener artificialmente la narrativa del “superávit”. No importa si eso implica desmantelar sectores enteros de la producción y la ciencia.

Según estimaciones del propio Ministerio de Economía, la venta del 44% de las acciones podría representar alrededor de mil millones de dólares. Una cifra irrisoria si se la compara con el valor estratégico del conocimiento que se pierde y con el costo de haber desarrollado durante décadas la infraestructura nuclear nacional.

Se trata, una vez más, de vender futuro para comprar tiempo. El país se desangra para complacer las metas del Fondo, mientras el propio FMI ya anticipa nuevas exigencias. Es el mismo ciclo eterno de endeudamiento, ajuste y entrega que Argentina ya vivió demasiadas veces.

Mientras el mundo avanza, nosotros retrocedemos

La ironía es tan grotesca como dolorosa: Estados Unidos relanza su industria nuclear con inversiones millonarias y memorandos de entendimiento en todo el mundo. China tiene casi 30 reactores en construcción. Francia y Corea del Sur expanden sus plantas y exportan tecnología. Y Argentina, que supo estar en la primera línea de la innovación regional, decide entregar la llave de su propio desarrollo.

El contraste geopolítico es brutal: mientras las potencias invierten en conocimiento y energía limpia para garantizar su soberanía, nosotros cedemos nuestros activos estratégicos bajo el pretexto de “atraer capitales”. Es el mismo libreto de siempre: abrir las puertas, bajar la cabeza y confiar en que la salvación vendrá de afuera.

La venta de Nucleoeléctrica no es un hecho aislado. Forma parte de un patrón más amplio de desguace del Estado, que va desde la desfinanciación del CONICET y las universidades, hasta la paralización de proyectos como el satélite SABIA-Mar o el propio reactor CAREM.
Todo se justifica en nombre del ajuste. Todo se sacrifica para sostener la motosierra.

Argentina está vendiendo sus herramientas para crecer, su conocimiento, su energía, su ciencia. Se está vendiendo a sí misma, y lo hace con una naturalidad que duele. Cada empresa pública que se liquida, cada laboratorio que se vacía, cada científico que se va del país, es un paso más hacia el abismo del atraso.

El final del camino

El gobierno habla de “orden”, de “racionalidad”, de “modernización”. Pero nada de eso tiene sentido cuando lo que se ordena es la pobreza, lo que se racionaliza es la entrega, y lo que se moderniza es la dependencia.

La privatización de Nucleoeléctrica no es una reforma: es una renuncia al futuro. Un país que vende su energía, su conocimiento y su soberanía no está equilibrando sus cuentas: está enterrando su posibilidad de desarrollo.

Mientras el resto del mundo invierte en ciencia, energía y conocimiento, Argentina sigue desguazando su propio futuro, buscando dólares que solo sirven para mantener viva la motosierra del ajuste y la destrucción estatal.
Porque cuando se entrega la ciencia, no se venden acciones: se vende la dignidad de un país que eligió apagar su propia luz.