Deudas digitales, pobreza real: la Argentina de Milei donde vivir se paga en cuotas

En la Argentina de Milei, endeudarse dejó de ser una excepción y pasó a ser la norma. Millones de personas —trabajadores, jóvenes, jubilados y familias enteras— se ven forzadas a financiar su subsistencia diaria a través de créditos usureros, préstamos digitales y billeteras virtuales. Mientras el gobierno ajusta, recorta y se desentiende, el hambre se paga en cuotas y el Estado se convierte en cómplice del ahogo financiero.

POLITICA NACIONAL

Por Camila Dominguez

7/7/20254 min read

En la Argentina gobernada por Javier Milei, endeudarse dejó de ser una opción desesperada para convertirse en una política de Estado. Hoy, para sobrevivir, millones de argentinos tienen que pedir un préstamo. No para abrir un negocio, comprar un electrodoméstico o invertir: se endeudan para poder comer, para pagar un medicamento, para cargar la SUBE o sostener el alquiler de una pieza. El 90% de la población está endeudada, más de la mitad destina entre el 40% y el 60% de sus ingresos mensuales al pago de esas deudas, y siete de cada diez las contrajo en el primer año de gestión libertaria.

El gobierno que se jacta de haber eliminado la obra pública, que recorta jubilaciones y que desmantela el Estado con la excusa de “achicar el déficit”, ha creado el modelo más perverso de todos: el modelo del sobreendeudamiento popular. La consigna libertaria “no hay plata” se volvió una condena para los que menos tienen y un negocio redondo para los bancos, las billeteras digitales y los prestamistas de aplicaciones.

Un país que se endeuda para no morirse de hambre

El relato de la libertad de mercado oculta una realidad brutal: la gente se endeuda porque no tiene otra salida. Según el Instituto de Estadísticas y Tendencias Sociales y Económicas (IETSE), el 91% de los hogares del país está endeudado. Y no hablamos de créditos hipotecarios ni préstamos personales bancarios: hablamos de microcréditos, billeteras virtuales y plataformas digitales que prestan a un click con tasas impagables. El 76% de esas deudas está en situación de mora. Es decir: ni siquiera pueden pagarlas.

Gonzalo, de 23 años, trabaja como monotributista y vive endeudado con Mercado Crédito. Compra comida, carga nafta para la moto con la que labura y “patea gastos” al mes siguiente. Giuliana, de 24, también monotributista, usa el crédito de su billetera virtual para cargar la SUBE y llegar al trabajo. Josefina, de 23, estudiante, compró verduras en tres cuotas con interés. Victoria, psicóloga de 35 años, tiene dos trabajos pero no llega a pagar el consultorio, los servicios y la crianza de su hija sin endeudarse. Paula, profesional de la comunicación de 54 años, tuvo que pedir un crédito de 1,7 millones para renovar su alquiler y terminará devolviendo 3 millones.

No se trata de excepciones. Según el Banco Central, el financiamiento de los proveedores no financieros de crédito (principalmente Fintech) llegó a los $8 billones a principios de 2025, su máximo histórico. El número de deudores explotó: casi 10 millones de personas tienen al menos una deuda activa con estas plataformas. Y el grupo que más creció es el de jóvenes de entre 18 y 29 años.

La política del hambre: ajustar arriba, endeudar abajo

Mientras la deuda externa se multiplica, el salario promedio se licúa y el trabajo formal desaparece, el modelo económico de Javier Milei necesita que la gente se endeude para tapar los agujeros que deja el ajuste. Ajuste que, como siempre, no es neutro: golpea a jubilados, discapacitados, trabajadores precarizados y familias enteras que vieron desaparecer la asistencia estatal. En nombre del déficit cero, se recortaron 50 billones de pesos entre la obra pública y los beneficios previsionales. Las pensiones por discapacidad se niegan o se revocan, las transferencias a comedores están casi anuladas, el PAMI dejó sin cobertura a 800 mil jubilados y el gas envasado se paga hoy $25.000 por tubo en los barrios populares.

Mientras tanto, la inflación de los alimentos no baja, los medicamentos suben por encima del IPC, y la informalidad laboral llega al 36,3%. El desempleo subió al 7,9% y el trabajo asalariado cayó. Pero el relato oficial repite que la inflación bajó. Claro: bajó porque la gente ya no puede consumir ni lo mínimo indispensable. En este modelo, no importa si se mueren de frío o si no pueden comer: lo que importa es cuadrar la planilla de Excel.

“Autos baratos, comida cara”: el modelo Milei en números

El contraste más aberrante lo dio el Instituto Argentina Grande (IAG): mientras el consumo de bienes esenciales cayó 5,1% en lo que va del año, la compra de autos y bienes durables subió 50%. ¿Por qué? Porque Milei construyó una economía para pocos: precios de bienes durables dolarizados pero con dólar barato, y comida por las nubes. Como lo sintetizaron desde el instituto: un modelo de autos baratos y comida cara.

Mientras tanto, en los barrios, las familias piden fiado pan, fideos, azúcar o leche. Las organizaciones sociales denuncian que la única respuesta que encuentran muchos vecinos es endeudarse con prestamistas ligados al narcotráfico que los aprietan cada quince días. En muchos casos, el hambre se paga a crédito. Y si no pagás, te golpean la puerta.

La verdadera casta

Este no es un modelo que combate a la casta. Este es un modelo que crea una nueva casta: la de los que prestan, cobran intereses descomunales, y se enriquecen con la desesperación de un pueblo al que se le niegan derechos básicos. Mientras Milei grita contra la “justicia social” desde un estudio de streaming de $40.000 dólares al mes, el Estado desaparece y deja a millones al borde del abismo.

Este modelo no es de libertad. Es de esclavitud financiera. Porque endeudarse no es una elección: es una trampa, un salvavidas envenenado, una condena a pagar cuotas eternas para poder sobrevivir una semana más.

Endeudarse o morir

En la Argentina de Milei, sobrevivir se paga en cuotas. Endeudarse es la única política pública que quedó en pie. Y el Estado, lejos de proteger a su pueblo, se convirtió en el primer verdugo de una sociedad que trabaja más y vive peor. Porque acá no hay libertad: hay abandono, ajuste y deuda. Y la única patria que construyen es una donde vivir duele. Y endeudarse, también.