El gobierno quiere romper el Garrahan: un ataque cruel, sistemático y miserable contra quienes salvan la vida de nuestros hijos
El gobierno de Javier Milei avanza con un ataque brutal contra el Hospital Garrahan, símbolo de la salud pública pediátrica en Argentina. Mientras médicos y residentes luchan por salarios dignos y condiciones mínimas para seguir salvando vidas, el oficialismo los desprecia, los acusa de ñoquis y los expone al escarnio público. Con declaraciones indignantes de funcionarios como Guillermo Francos y Patricia Bullrich, y el apoyo de operadores como Luis Majul, el gobierno sostiene un ajuste que ya no es solo desfinanciamiento: es ensañamiento.
POLITICA NACIONAL
Por Camila Domínguez
5/30/20253 min read


Hay que decirlo como es, con toda la crudeza que amerita el momento: este es un gobierno de mierda. Y si la palabra molesta, pido disculpas. Pero cuando un Estado persigue, estigmatiza y empobrece a quienes se dejan el alma salvando la vida de niños y niñas, ya no se puede hablar con eufemismos. Lo que está haciendo el gobierno de Javier Milei con el Hospital Garrahan es criminal. Es un ataque sistemático, sostenido y deliberado contra uno de los pocos símbolos vivos de la salud pública de excelencia que aún nos quedaban en pie.
Mientras los médicos, médicas y residentes del Garrahan se multiplican para cubrir guardias eternas por sueldos miserables, el oficialismo les responde con desprecio. Los acusa de ñoquis, de vagos, de “tener más personal del razonable”, como se atrevió a decir con cinismo el jefe de Gabinete Guillermo Francos. Y mientras estos profesionales precarizados dan todo por niños en estado crítico, Patricia Bullrich les pide —con su sonrisa de cartón y la frialdad de una burócrata sin alma— que “tengan paciencia, porque todos tenemos que ganar más”.
La frase, dicha como al pasar, es una burla. Una bofetada para quienes no pueden pagar un alquiler con su sueldo de residente. Para quienes sostienen con pasión y vocación un hospital que atiende miles de casos pediátricos complejos de todo el país, sin importar si el niño viene de La Matanza, de Salta o de Tierra del Fuego.
Pero lo más repugnante de este operativo de demolición es que no se limita a los funcionarios. También lo sostienen sus voceros mediáticos. Luis Majul, por ejemplo, se animó a decir en televisión que los residentes del Garrahan “no deberían ni cobrar”. Repito: no deberían ni cobrar. ¿Qué clase de odio hay que tenerle a la salud pública para decir semejante barbaridad? ¿En qué mente puede entrar la idea de que quienes se están formando para cuidar la vida de nuestros hijos deben trabajar gratis?
Majul no habla solo. Habla por un proyecto político que desprecia todo lo que no genere ganancia inmediata. Y el Garrahan, para ellos, es una molestia: no cotiza en Wall Street, no sirve para “abrir mercados”, no genera dividendos. Solo salva vidas. Solo contiene familias. Solo le da esperanza a quienes no pueden pagar un sanatorio privado. Por eso lo atacan.
Y lo hacen de forma sistemática. No es solo un recorte presupuestario. Es un ataque simbólico y discursivo: instalar que los médicos son ñoquis, que el hospital está sobredimensionado, que se gasta demasiado en salud. Todo eso es mentira. El Garrahan funciona con cinco veces menos personal que los mejores hospitales privados de Estados Unidos, y aun así es un centro de referencia en la región. Es público, gratuito, accesible, y funciona. Eso es lo que les duele. Porque demuestra que el Estado puede hacer las cosas bien.
Mientras desde el gobierno inventan relatos de austeridad para justificar el ajuste brutal, desde los pasillos del Garrahan llega otra verdad: la del cansancio extremo, la de los sueldos de miseria, la del desprecio oficial, pero también la de la lucha digna. Los trabajadores siguen ahí. No abandonan a sus pacientes. Y no lo hacen por Milei, ni por Caputo, ni por Bullrich. Lo hacen por los chicos. Como esa nena de 9 años con lupus, que entre lágrimas le rogó al presidente que “les pague a los médicos y no cierre el hospital”.
Esa niña dijo más verdad en un minuto que todo el gobierno en seis meses. Dijo lo que muchos callan por miedo o por resignación. Que están destruyendo el Garrahan. Que lo están dejando caer con plena conciencia. Que están jugando con la salud de los pibes más vulnerables. Y que lo hacen sin un gramo de empatía.
Lo dijo también Valentina Bassi, madre de un niño con autismo, que denunció con dolor e indignación que esto ya no es desfinanciamiento: es crueldad y ensañamiento. Porque no hay error, ni desprolijidad, ni falta de cálculo. Hay decisión política. Romper el Garrahan es parte del plan.
Y mientras tanto, ¿qué hacen con la plata que dicen no tener? La gastan en trolls. En espionaje ilegal. En blindar con represión cada plaza, cada protesta, cada grito de dignidad. Porque para eso sí hay presupuesto. Para pagarle a Bullrich millones por apalear jubilados. Para enriquecer a los amigos de Caputo con deuda del Banco Central. Para garantizar impunidad, marketing y control.
El Hospital Garrahan es de todos. No es un centro de ñoquis. Es un símbolo de lo que supimos construir con esfuerzo, con solidaridad, con vocación pública. Si lo rompen, no solo destruyen un hospital: destruyen una idea de país.
Y por eso no nos vamos a callar. Porque no vamos a aceptar que conviertan el abandono en política de Estado. Porque si hay algo que no se negocia, es la salud de nuestros hijos. Aunque eso implique decirlo con todas las letras: este gobierno de mierda no está a la altura de lo que necesita un país que quiere vivir con dignidad.