El odio tiene consecuencias: el brutal ataque a Roberto Navarro es responsabilidad del discurso presidencial

Un fanático de Milei lo golpeó por la espalda en la vía pública, dejándolo hospitalizado con un hematoma grave. El hecho, repudiado por amplios sectores, se vincula directamente con los discursos de odio e incitación a la violencia del presidente, quien días antes había dicho que “la gente no odia lo suficiente a los periodistas”. Un ataque aberrante que atenta contra la libertad de expresión y que desnuda las peligrosas consecuencias del mensaje violento que baja desde el poder.

POLITICA NACIONAL

Por Camila Domínguez

4/22/20252 min read

Ayer, en pleno centro porteño, Roberto Navarro fue víctima de un cobarde y brutal ataque. El periodista, director de El Destape, fue golpeado salvajemente por la espalda, en la cabeza, mientras caminaba por la vía pública. El golpe lo dejó con una fuerte hinchazón, dificultad para hablar y lo obligó a ser internado de urgencia. Está fuera de peligro, pero no fuera de la zona crítica: su estado requiere estudios para descartar un hematoma interno. Aún en recuperación, Navarro representa hoy mucho más que un nombre propio: es el símbolo de lo que ocurre cuando el poder fomenta el odio y la violencia desde lo más alto del Estado.

Este hecho aberrante, inadmisible en cualquier democracia que se precie de tal, no es un caso aislado. No fue un simple acto de locura individual ni una “casualidad”. Fue el resultado directo de un clima hostil, alimentado día tras día desde la propia boca del presidente Javier Milei. Hace apenas 48 horas, el mandatario nacional escribía con total impunidad en sus redes sociales que “la gente no odia lo suficiente a los periodistas”, refiriéndose a quienes se animan a cuestionarlo. También los llamó “sicarios con credencial”. ¿Y después se sorprenden cuando uno de sus fanáticos ciegos se siente habilitado para agredir a un periodista en plena calle?

Lo de ayer no es un mensaje. Es una advertencia. Un golpe, literal y simbólico, a la libertad de expresión. Cuando desde la Presidencia de la Nación se señala con odio a quienes ejercen el derecho a informar, a preguntar, a investigar, se está marcando un blanco. Se está legitimando la violencia. Se está diciendo, sin decirlo, “háganlo por mí”. Y alguien, tarde o temprano, lo hace.

El repudio fue inmediato y transversal. Desde el gremio de prensa (SiPreBA) hasta sindicatos como ATE y CTERA; desde referentes del kirchnerismo hasta la izquierda; desde Nicolás del Caño hasta Germán Martínez, pasando por Victoria Montenegro y Esteban Paulón. Incluso voces del liberalismo como Carlos Maslatón se sumaron al rechazo, alertando sobre los peligros del fascismo que no tolera periodistas ni curas. Martín Lousteau, desde la UCR, también lo dijo claro: no se puede naturalizar esta violencia promovida desde el poder.

Pero Milei sigue en su cruzada. No pide disculpas, no condena el ataque, no frena la locura. Al contrario: cada vez que abre la boca para hablar de “zurdos de mierda” o “sicarios periodísticos”, le echa más nafta al fuego. No es solo irresponsable: es peligroso.

Hoy fue Navarro. Mañana puede ser cualquier periodista. O cualquiera que piense distinto. El presidente no solo banaliza la violencia: la fogonea. Y quienes lo siguen, los más ciegos, los más violentos, se sienten impunes. Se sienten validados. Se sienten héroes de una causa que solo existe en la cabeza paranoica de un mandatario que no soporta ser interpelado.

El ataque a Navarro no es solo un delito. Es una señal de alarma. Y el responsable político de ese ataque se llama Javier Milei. Basta de odio. Basta de cobardes que actúan con el aval del poder. Basta de una Argentina donde pensar distinto te puede costar la salud, la libertad o la vida. La democracia no se defiende con insultos ni con golpes. Se defiende con coraje, con ideas y con libertad. Todo lo que el presidente parece odiar.