El problema de los antivacunas: cuando la ignorancia se vuelve una amenaza pública
Mientras los brotes de sarampión y tos coqueluche vuelven a golpear a la Argentina y ponen en riesgo a miles de chicos, el Gobierno sigue habilitando y relativizando el discurso antivacunas, incluso dándoles escenario en el Congreso a quienes difunden pseudociencia sin consecuencias.
POLITICA NACIONAL
Por Camila Domínguez
12/2/20254 min read


Hay momentos en la historia en los que un país retrocede de golpe. No por un desastre natural, no por una guerra, no por una crisis económica, sino por pura irresponsabilidad. Eso es exactamente lo que está pasando en Argentina con la campaña antivacunas. Y no —como intentan vender algunos— no es un “debate”, no es una “polémica en redes”, no es una “discusión de libertad individual”. Es un problema real, grave y urgente que ya nos está costando vidas y que está reintroduciendo enfermedades que teníamos prácticamente erradicadas.
Y seamos claros desde el principio: los que pagan el precio no son los adultos que se dejan convencer por teorías delirantes de YouTube o influencers conspiranoicos. Los que están pagando el precio son los chicos. Los bebés. Los nenes y las nenas que no pueden decidir, que dependen totalmente de la responsabilidad adulta y que hoy están quedando expuestos a virus y bacterias que en 2019 ni circulaban.
Sarampión y coqueluche: el regreso que nadie pidió
En 2025 Argentina volvió a tener brotes de sarampión, una enfermedad tan contagiosa que un solo caso puede infectar hasta 18 personas. Hasta septiembre, el país registró 35 casos confirmados, un salto de 35 veces respecto del año pasado. Y no es un fenómeno local: las Américas perdieron el estatus de eliminación y estamos en alerta regional.
Pero lo peor es que esta escalada no es “mala suerte”: es consecuencia directa del desplome de la vacunación. La cobertura de la triple viral, que en 2019 era del 90%, hoy ronda un 46%. Casi la mitad de los chicos sin su segunda dosis. Un agujero epidemiológico del tamaño de una provincia.
A esto se suma el brote de tos coqueluche (pertussis), una enfermedad letal en bebés.
En 2025 ya se confirmaron 688 casos y 7 muertes infantiles, todos menores de 2 años. En todos los casos graves, los bebés no tenían el esquema de vacunación completo o la madre no recibió la dosis obligatoria durante el embarazo.
Decímelo sin anestesia: ¿cómo puede ser que en 2025 haya bebés muriendo de coqueluche en Argentina? ¿Qué tan mal tienen que estar las cosas para que una enfermedad prevenible por vacuna vuelva a matar con esta frecuencia?
La responsabilidad del Estado: dar micrófono a la pseudociencia
Lo más indignante es que esta crisis no se da en un vacío. No es solo desinformación en redes. No es solo ignorancia individual. Es un clima político que habilita, legitima y amplifica discursos peligrosos.
Cuando en el Congreso se montó un show vergonzoso con supuestos “especialistas” antivacunas, negacionistas de la ciencia, gente que dice que las vacunas “son veneno” o que “causan autismo”, no fue un error. Fue una señal. Una señal de que hay sectores del poder que están más interesados en coquetear con la pseudociencia que en proteger la salud pública.
Porque mientras estos delirios circulan sin control, el Ministerio de Salud no vuelve a lanzar campañas masivas, no hay operativos territoriales contundentes, no se refuerza la vacunación escolar, no se combate la desinformación con la fuerza necesaria.
El Estado dejó que el tema se convirtiera en una batalla cultural, como si fuera opinable.
Pero no es opinable que los chicos necesitan vacunarse.
No es opinable que el sarampión mata.
No es opinable que la coqueluche mata.
Esto no es filosofía política: es epidemiología.
La caída brutal de la vacunación: un país que se olvidó de lo básico
Pasemos en limpio el desastre:
Triple viral segunda dosis: 46%.
Triple bacteriana del refuerzo escolar: 46%.
Embarazadas vacunadas con dTpa: 69%.
Más de 115.000 chicos sin esquema completo.
Estamos en niveles de cobertura que teníamos antes de la década del 90. Estamos retrocediendo 30 años en salud pública. Y mientras tanto, Chile y otros países vecinos emiten alertas sanitarias por Argentina. En redes nos señalan como ejemplo negativo. Y con razón: ¿cómo puede ser que estemos explicando, en pleno 2025 y en la antesala del 2026, por qué hay que vacunarse? ¿Cómo puede ser que estemos discutiendo cosas que deberían estar saldadas desde 1980?
Los chicos no tienen la culpa. Y no pueden esperar.
Acá está la verdadera injusticia: Los adultos que se comen el discurso antivacunas por ideología, por rebeldía o por ignorancia al menos tomarán sus propios riesgos. Pero los pibes no. Los pibes no deciden. Los pibes no eligen. Los pibes dependen de nosotros. Y los estamos fallando. Los estamos dejando expuestos. Los estamos abandonando frente a enfermedades que como sociedad ya habíamos derrotado.
Si vos no vacunás a tu hijo, no solo lo ponés en riesgo a él. Ponés en riesgo a otros bebés, a chicos inmunosuprimidos, a adultos con enfermedades crónicas. Rompés la inmunidad colectiva que protege a quienes no pueden vacunarse.
La vacunación no es una decisión individual. Es un acto de solidaridad sanitaria. Es una responsabilidad social mínima. Lo que pasa no es mala suerte ni una coincidencia estadística.
Es consecuencia directa de la desinversión, la falta de campañas, la permisividad política y la maquinaria de desinformación. Si no revertimos esta tendencia YA, 2026 va a ser peor. Más contagios. Más brotes. Más muertes de bebés. Más enfermedades que creíamos superadas.
Vacunarse no es una opinión. Es un deber.
Las vacunas salvan vidas. Las vacunas frenan brotes. Las vacunas cuidan a quienes no se pueden vacunar. Las vacunas son una de las herramientas más importantes de la salud pública moderna.
Argentina puede volver a estar segura. Podemos recuperar la cobertura, la confianza, la inmunidad. Pero para eso hay que dejar de darle micrófono a la pseudociencia, hay que recuperar el rol activo del Estado y hay que volver a entender que sin vacunación, no hay salud pública posible.
El futuro de miles de chicos depende de que reaccionemos hoy.
No mañana.
No cuando haya más muertos.
Hoy.
Porque no estamos discutiendo política: Estamos discutiendo vida o muerte.
