El salario mínimo más miserable de la historia: una vergüenza nacional que el Gobierno intenta vender como “aumento”
Mientras el Gobierno festeja como si fuera un logro histórico haber fijado un Salario Mínimo, Vital y Móvil que no alcanza ni para llenar una heladera, la realidad es brutal: millones de trabajadores quedan oficialmente empujados debajo de la línea de indigencia, condenados a sobrevivir con $334.800 que no cubren ni la mitad de la Canasta Básica Alimentaria. Una decisión política fría, calculada y cruel, disfrazada de “aumento” cuando en verdad es una burla que no llega ni al precio de una compra semanal.
POLITICA NACIONAL
Por Camila Domínguez
12/3/20253 min read


Hay decisiones que marcan una época. Y hay otras que directamente la condenan al oprobio histórico. El nuevo Salario Mínimo, Vital y Móvil que el Gobierno fijó por decreto pertenece, sin dudas, al segundo grupo. $334.800 en diciembre. Esa es la cifra. Ese es el “salario mínimo” de un país donde la Canasta Básica Alimentaria para una familia de cuatro supera los $572.000 y la Canasta Básica Total ya pasó el $1.200.000.
En otras palabras: el propio Gobierno decidió que un trabajador que gana el mínimo sea, oficialmente, indigente.
Y lo peor es que lo hacen con una sonrisa, con ese tono tecnocrático y cínico que pretende vender esta brutalidad como un “incremento responsable”. ¿Incremento? El primer tramo es de $6.200. Sí: seis mil doscientos pesos. Un 1,9%, menos de lo que aumenta un kilo de carne en una semana. Un chiste. Un insulto. Una verdadera provocación a la dignidad de millones de laburantes.
Un salario que no es mínimo, no es vital y mucho menos móvil
Llamémoslo como corresponde: es un monto simbólico para maquillar estadísticas, no un salario para vivir.
Porque un salario mínimo debería garantizar lo básico, lo elemental: que una familia pueda comer, vestirse, trasladarse, llegar a fin de mes con un mínimo de dignidad.
Esto, en cambio, es un número que ni siquiera cubre la mitad de lo que cuesta no pasar hambre.
Es un salario mínimo que solo cubre el 58% de la canasta alimentaria y apenas el 26% de la canasta básica total.
Lo que están fijando no es un piso salarial: es un certificado de indigencia obligatorio.
Porque ni siquiera hay una perspectiva de mejora. Nada. Cero. Según el cronograma oficial, en agosto de 2026 el SMVM llegará a $376.600. ¿Y eso qué cambia? Nada. 376 mil pesos en un país donde los alimentos, los alquileres, el transporte y los servicios siguen aumentando muy por encima del salario real. Es decir: la pobreza como política de Estado, administrada en cuotas trimestrales.
El gobierno habla de “orden”, pero lo único que ordena es la miseria
Lo más indignante no es solo la cifra miserable. Es el relato. La forma en que intentan disfrazar este atropello como “prudencia fiscal”, como “responsabilidad”, como “parte de un plan de estabilización”.
¿Estabilización para quién? Porque para las familias argentinas no hay estabilidad: Hay hambre, hay estrés, hay angustia, hay deuda, hay changas, hay dos o tres trabajos para no caer del todo.
El Gobierno dice que la inflación baja. La gente va al supermercado y ve otra cosa. El Gobierno dice que la economía se recupera. Las fábricas, los comercios y los barrios muestran lo contrario. El Gobierno dice que este salario mínimo es “realista”. Lo realista es que ningún ser humano puede vivir con $334.800 en un país donde la comida es un lujo.
La miseria se derrama: jubilados, asignaciones, prestaciones
Y esto no afecta solo a quienes cobran el salario mínimo. Golpea también a todos los ingresos atados al SMVM:
jubilados con la mínima más bonos que no alcanzan,
beneficiarios de programas sociales,
quienes reciben prestación por desempleo,
trabajadores informales que toman el mínimo como referencia,
monotributistas precarizados.
El impacto es masivo. Es devastador. Y es deliberado. Porque lo más grave es que ni siquiera hubo acuerdo: El Consejo del Salario fracasó porque las patronales ofrecieron cifras aún más miserables y los sindicatos rechazaron este atropello. Entonces el Gobierno hizo lo que mejor sabe hacer: pasar por encima de todos y decretar la miseria.
Todo para mostrar un numerito prolijo al FMI.
Todo para que les cierren las planillas.
Todo menos garantizar que una familia pueda comer.
Un país que normaliza la indigencia pierde su brújula moral
Hay momentos en los que hay que decirlo sin vueltas: Esto es una vergüenza histórica. No es ajuste: es ensañamiento. No es responsabilidad: es crueldad. No es un salario: es una humillación.
Y si el Gobierno no revierte este desastre, 2026 será aún peor para millones de trabajadores argentinos. Un país que fija un salario mínimo que condena a sus familias a la indigencia no está siendo austero: está renunciando a la dignidad.
