El show vergonzoso de los antivacunas en el Congreso: el papelón que expone el retroceso institucional de la Argentina.

El Congreso debería ser un espacio para defender la salud pública, pero terminó convertido en un escenario para el delirio antivacunas. Mientras el país enfrenta el desplome histórico del calendario de vacunación, un brote de sarampión y el regreso de enfermedades que creíamos superadas, diputados habilitan un show de pseudociencia con imanes, teorías conspirativas y datos falsos. En un momento en el que se necesita responsabilidad y evidencia, se elige alimentar el miedo y la ignorancia. Lo que pasó no es un chiste: cada mentira que se legitima desde adentro del Estado empuja a más familias a desconfiar de las vacunas, y cada vacuna que no se aplica abre la puerta a nuevas tragedias evitables. Una vergüenza que el país no puede permitirse.

POLITICA NACIONAL

Por Camila Domínguez

11/28/20254 min read

Lo de ayer en el Congreso no fue un papelón: fue una vergüenza histórica. Una mancha institucional que, en cualquier país con un mínimo respeto por la ciencia y la salud pública, hubiera generado renuncias inmediatas, pedidos de disculpas y un cierre contundente de filas contra la desinformación. Pero acá no. Acá la desinformación tiene alfombra roja, micrófono, credenciales oficiales y un público que la aplaude como si fuera un acto de rebeldía libertaria, cuando en realidad es puro negacionismo sanitario con consecuencias gravísimas.

Sí: ayer el Congreso de la Nación —ese que debería protegernos, legislar con responsabilidad y escuchar a la ciencia— se transformó en escenario de un show antivacunas digno de un grupo de Telegram perdido, no de un poder del Estado. Una jornada donde se repitieron teorías conspirativas, datos inventados, anécdotas sacadas de redes y, para coronar el absurdo, un “experimento” en vivo con imanes pegados al cuerpo como supuesta “prueba” de que las vacunas contra el COVID magnetizan la piel. Un espectáculo humillante, peligroso y profundamente irresponsable.

Y lo peor es que fue avalado por las autoridades de la Cámara, con Martín Menem habilitando el espacio y la diputada Marilú Quiróz actuando como promotora del circo. En cualquier democracia seria, quienes empujan estos eventos quedan aislados. Acá, en cambio, se les entrega el Congreso.

Un país en crisis sanitaria… y el Congreso jugando al terraplanismo biológico

La indignación no es solo por lo patético del show, sino por cuándo se hace. Porque Argentina atraviesa la peor crisis de vacunación infantil desde que existe el calendario nacional. Las coberturas caen año tras año, los mitos se cuelan en las familias, la desconfianza se multiplica. Y ese deterioro ya tiene consecuencias reales, concretas, medibles: reaparecen enfermedades que estaban controladas. Hace semanas que hay alertas por sarampión, una enfermedad altamente contagiosa que la Argentina había logrado erradicar gracias a décadas de campañas de vacunación. También cae la protección contra poliomielitis. Y este año murieron chicos por tos convulsa, ninguno con esquema completo.

Es decir: tenemos un problema sanitario enorme, urgente, gravísimo, y lejos de asumirlo con seriedad, el Congreso decide prestarse a una performance negacionista que no solo desinforma, sino que erosiona aún más la confianza social en las vacunas.

Nada de esto es inocente. Nada es abstracto. Las ideas falsas matan. La desinformación mata. La falta de vacunas mata. Y lo de ayer fue un empujón más hacia ese abismo.

La pseudociencia dentro del Congreso es más que un espectáculo bochornoso: es un riesgo real

Quien piense que estos eventos son una boludez inofensiva, un show anecdótico, no está entendiendo nada. La desinformación científica es uno de los factores que más fuertemente explican el derrumbe del calendario de vacunación en todo el mundo. Cuando un padre escucha en el Congreso —no en TikTok, no en un foro perdido, en el Congreso— que las vacunas tienen “material genético alterado”, que causan más enfermedades de las que previenen o que un imán se te pega por aplicártelas, ese padre duda. Y cuando duda, no vacuna. Y cuando no vacuna, una enfermedad vuelve.

Años de trabajo sanitario, campañas públicas, educación y evidencia científica tirados por la borda por un puñado de irresponsables.

Lo de ayer no es un desacierto: es política pública de la peor. Es retroceder 50 años en una tarde. Es habilitar, desde el Estado, discursos que rompen el lazo de confianza entre la ciudadanía y el sistema de salud. Y encima, con la complicidad orgullosa de quienes se supone que deberían velar por lo contrario.

Es imposible no sentir bronca —bronca de la grande— al ver que un poder del Estado se entrega así a la irracionalidad. No porque falten advertencias: las sociedades médicas más importantes del país pidieron que el evento se suspendiera. Especialistas de todas las áreas, infectólogos, pediatras, organismos científicos, universidades: todos señalaron el “enorme peligro” que implica legitimar discursos antivacunas. Hasta hubo pedidos formales de diputados de distintos bloques para que la actividad fuera cancelada.

¿Resultado? Nada. El evento se hizo igual. Porque en la Argentina actual, la convicción científica tiene menos peso que un algoritmo de TikTok.

Un síntoma de un deterioro institucional cada vez más profundo

Y ojo: lo de ayer no es un hecho aislado. Es parte de un clima político donde la negación de la evidencia se volvió moneda corriente. Donde la palabra “libertad” se usa para justificar cualquier cosa, incluso atentados directos contra la salud pública. Donde hay funcionarios que creen que opinar sobre ciencia es lo mismo que entenderla. Donde la polarización y el show pesan más que los datos.

Ayer vimos el síntoma, pero el proceso viene de largo: desprestigio de organismos sanitarios, desfinanciamiento de programas de vacunación, desconfianza institucional, discursos anti-Estado mal digeridos. Todo eso abrió la puerta a un evento que, hace una década, hubiera sido inconcebible en el Congreso.

La salud pública no es un chiste. Y la desinformación no es gratis

La salud pública es, tal vez, la política más colectiva que existe. Las vacunas no son un acto individual: son una barrera social que nos protege a todos. Cuando alguien no vacuna, no solo pone en riesgo a su hijo: pone en riesgo a los demás. Especialmente a quienes no pueden vacunarse por condiciones de salud.

Por eso, cuando el Congreso habilita un acto antivacunas, lo que está en juego no es un debate, es un dique de contención sanitario. Y lo que se rompe ahí no se reconstruye fácil.

Cada madre que duda es una cobertura que baja.
Cada padre que posterga es un riesgo que sube.
Cada niño sin vacuna es un brote que se acerca.

No es teoría: es epidemiología básica.

Mientras Argentina enfrenta enfermedades que creíamos superadas, mientras el sarampión vuelve, mientras la cobertura cae y los especialistas piden a gritos responsabilidad, el Congreso —nuestro Congreso— decide darle micrófono al negacionismo.

Lo de ayer no fue un error. No fue un desliz. Fue un mensaje político clarísimo: hay sectores del poder dispuestos a poner en riesgo vidas reales con tal de promover sus delirios ideológicos.

Y ese es el verdadero peligro.

Porque cada vez que se habilita este tipo de eventos:

– el calendario de vacunación retrocede,
– la confianza pública se destruye,
– la salud de miles de chicos queda en riesgo real.

Y el precio de ese deterioro no lo pagan los diputados que jugaron al conspiracionismo dentro del Congreso. Lo pagamos todos.