El último regalito de Milei: despidos, desguace y desprecio por el futuro argentino
El gobierno de Javier Milei despidió sus facultades extraordinarias con un nuevo ajuste salvaje: cerró Vialidad Nacional, la Agencia de Seguridad Vial y degradó organismos clave como el INTI, el INTA y el Instituto del Cáncer. Mientras se despiden científicos y profesionales que solo quieren trabajar por el país que los formó, el gobierno dilapida miles de millones en especulación financiera, trolls y propaganda. Un llamado urgente a despertar antes de que ya no quede nada que defender.
POLITICA NACIONAL
Por Camila Dominguez
7/8/20253 min read


Justo antes de que vencieran las facultades delegadas que el Congreso le otorgó con la Ley Bases, el gobierno de Javier Milei dejó un último “regalito” que sintetiza con precisión quirúrgica el espíritu de su gestión: ajuste brutal, desmantelamiento del Estado, desprecio por lo público y una visión empresarial del país que margina, excluye y destruye. En las últimas horas, y por decisión directa del ministro de Desregulación y Transformación del Estado, Federico Sturzenegger, se oficializó el cierre definitivo de la Dirección Nacional de Vialidad, la Comisión Nacional del Tránsito y la Agencia Nacional de Seguridad Vial.
Pero el recorte no terminó ahí. También fueron disueltos o degradados otros organismos esenciales: el Instituto Nacional del Cáncer, el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), que dejarán de ser entes autárquicos y pasarán a ser simples “unidades organizativas” dentro de sus respectivas secretarías. Es decir, estructuras sin autonomía, sin peso político y, lo que es peor, sin presupuesto propio.
¿Qué implica esto en términos reales? Miles de despidos. Miles de familias sin sustento. Miles de proyectos científicos, sanitarios y tecnológicos que se quedan sin respaldo. Miles de kilómetros de rutas y caminos cuya planificación y mantenimiento ahora dependerán —con suerte— de áreas que ya no tienen ni personal capacitado ni recursos para intervenir.
Una vez más, el gobierno repite el mantra neoliberal de siempre: “achicar el Estado”, “reducir gastos”, “eliminar estructuras innecesarias”. Pero mientras cierran hospitales, laboratorios y centros de innovación, el mismo gobierno se patina más de 1.500 millones de dólares semanales en mantener el tipo de cambio planchado para no espantar a los fondos especulativos. Gasta millones en trolls pagos que hostigan en redes sociales. Transfiere dinero público a canales de streaming y medios amigos para que repitan, sin cuestionar, el relato del “éxito”.
Y mientras todo eso sucede, los verdaderos protagonistas del desarrollo, los trabajadores y trabajadoras del Estado, son empujados a la calle, a la desesperación o al exilio. En medio del corte de ruta convocado por trabajadores del INTI, el testimonio de un joven licenciado en Física dejó al país sin palabras:
“Yo no me quiero ir de Argentina, quiero retribuirle al país que me formó.”
Ese es el nivel de degradación al que hemos llegado. Nuestros científicos, formados en universidades públicas, con años de estudio, becas, esfuerzo y vocación, tienen que rogar ante una cámara para que no los echen. Para que no les clausuren el laboratorio. Para que no los obliguen a emigrar y poner sus talentos al servicio de otro país. Mientras tanto, desde Casa Rosada se felicitan por “achicar el gasto”.
Y detrás de esta motosierra disfrazada de eficiencia, aparece una figura siniestra: Federico Sturzenegger, el ministro de Desregulación. Un hombre que debería estar preso por el megacanje del 2001, operación que profundizó la deuda externa y hundió al país en una de sus peores crisis. Pero no. En la Argentina de Milei, los arquitectos del desastre vuelven al poder, con honores, y tienen vía libre para repetir las mismas recetas que ya fracasaron.
No se trata de ajustes “dolorosos pero necesarios”. Se trata de una ideología destructiva, que odia al Estado, que desprecia lo colectivo, que cree que todo se puede resolver con Excel y que transforma a la sociedad en una tabla de números fríos. Es el mismo modelo que demoniza al científico, al docente, al médico, al ingeniero, al técnico, mientras enaltece al especulador financiero, al influencer libertario o al gurú de TikTok.
Desmantelar Vialidad, cerrar el Instituto del Cáncer, degradar el INTI o el INTA no es modernizar. Es volver al siglo XIX. Es cancelar el futuro. Es dinamitar lo poco que queda en pie de una Argentina que alguna vez soñó con el desarrollo, la soberanía tecnológica y el derecho universal a la salud y el conocimiento.
Este no es el camino. Este es un abismo. Y si no lo frenamos, si no reaccionamos, si no entendemos que cada cierre es un ladrillo menos en el edificio nacional, vamos a terminar en un país sin ciencia, sin educación, sin salud, sin memoria y sin esperanza. Porque no hay Nación posible si se descarta a sus trabajadores. No hay soberanía sin ciencia. No hay futuro sin Estado.
La pregunta es: ¿vamos a seguir mirando para otro lado? ¿Vamos a naturalizar que nuestros profesionales rueguen en televisión por su derecho a trabajar mientras se premia a los responsables de pasadas tragedias económicas? ¿Vamos a seguir tolerando que todo lo que se construyó con esfuerzo y compromiso sea barrido por decreto?
El tiempo de la resignación se terminó. O recuperamos la conciencia crítica y la memoria democrática, o nos vamos directo al abismo. Porque si dejamos que el último regalo de Milei sea el cierre del país, después no habrá a quién reclamarle.