Hambre planificado: cuando la crueldad se disfraza de ajuste

Argentina arde por dentro. Mientras el gobierno de Javier Milei celebra balances fiscales y saca pecho por un supuesto orden económico, el país real –el de carne, hueso y hambre– se desangra en silencio. En Córdoba, como en muchas otras provincias, los comedores populares están colapsados. Familias enteras hacen fila para conseguir un plato de comida. Hay listas de espera para recibir un guiso. Y lo que se ofrece como política pública es cinismo.

POLITICA INTERIOR

Jasmin Ortellado

6/9/20252 min read

La realidad no admite maquillaje: hay hambre, hay desesperación y hay una ausencia total del Estado nacional. Las organizaciones sociales, las iglesias, las fundaciones y, sobre todo, las mujeres que sostienen los comedores, están cargando con una crisis que el Gobierno eligió ignorar. La respuesta a la emergencia social ha sido el ajuste brutal, la paralización de la asistencia alimentaria y la supresión de programas básicos que garantizaban un mínimo sustento para los sectores más vulnerables.

La inflación golpea, los precios de los alimentos suben semana tras semana, y el salario mínimo ha sido condenado a la irrelevancia. Las jubilaciones están pulverizadas. Los comedores, que antes alimentaban a niños, hoy reciben a adultos mayores, trabajadores precarizados y madres que ya no tienen con qué alimentar a sus hijos. ¿Dónde está la libertad cuando el único derecho que se ejerce es el de mendigar comida?

Desde la Casa Rosada, se predica el evangelio del mercado, como si las leyes económicas fuesen inmutables y el hambre una variable tolerable. Pero la gestión Milei no está corrigiendo una distorsión: está ejecutando un plan. Un experimento económico en nombre de una supuesta purificación moral del Estado, que en realidad esconde un desprecio total por los sectores populares. El resultado es visible: en Córdoba, 86 comedores esperan ayuda que no llega, mientras las donaciones caen y las ollas se vacían. ¿Eso es libertad?

El Gobierno nacional ha cortado deliberadamente la asistencia alimentaria. Ha abandonado a miles de familias a su suerte. Ha renunciado a proteger a los que menos tienen. En nombre de una "austeridad" que no se aplica a los grandes grupos económicos, se condena al hambre a quienes ya no tienen más que su dignidad.

Hay algo profundamente inmoral en ver a un país empobrecido mientras se aplauden estadísticas deshumanizadas. Detrás de cada punto del déficit, hay una mamá que no puede dar de comer. Hay un chico que va al comedor y se va con hambre. Hay un jubilado que debe elegir entre un medicamento o una sopa aguada.

La situación en Córdoba es un espejo de lo que ocurre en todo el país. Y no se trata de errores, ni de una transición difícil: es un modelo. Un modelo que desprecia a los más pobres, que entrega el país a la lógica del mercado y que llama "casta" a cualquiera que levante la voz contra esta miseria planificada.

Quienes hoy sostienen los comedores lo hacen sin luz, sin gas, sin fondos, sin descanso. Y lo hacen con una dignidad que contrasta con la indiferencia oficial. Si el Gobierno no revierte de inmediato sus políticas de ajuste salvaje, será responsable de algo mucho más grave que un desequilibrio fiscal: será responsable de una catástrofe humanitaria que ya empezó, aunque algunos prefieran no verla.

Porque el hambre en Argentina no es una consecuencia inevitable. Es una decisión política.