Intento de defensa de Espert: cuando callar es peor que hablar
El intento de defensa de José Luis Espert frente a las denuncias que lo vinculan con el narco Fred Machado deja más preguntas que respuestas. Entre silencios, evasivas y la protección de Javier Milei, su candidatura pende de un hilo mientras la vergüenza institucional crece. Un caso que expone cómo en el gobierno libertario se premia a quienes deberían rendir cuentas ante la justicia.
POLITICA NACIONAL
Por Julián Pereyra
10/2/20253 min read


José Luis Espert debería estar dando explicaciones urgentes. Debería estar parado frente a un micrófono, respondiendo con claridad, mirando a la sociedad a los ojos. Pero no: eligió callar, titubear y refugiarse en la muletilla de que “no va a hablar de eso”. Eso, claro, es nada menos que su vínculo con Fred Machado, el narco con pedido de extradición en Estados Unidos que le transfirió 200 mil dólares en 2019. Un candidato a diputado nacional que no puede ni siquiera negar semejante relación es, en cualquier democracia seria, un candidato terminado. Pero en Argentina, y en este gobierno libertario, parece que todo vale.
La escena es grotesca: en vez de despejar dudas, Espert se enoja con las preguntas, balbucea excusas y termina diciendo que no va a prestarse a “chismes de peluquería”. ¿Chismes? Estamos hablando de transferencias de dinero de un narcotraficante, no de rumores en la cola del supermercado. ¿De verdad alguien pretende que tomemos en serio a un político que responde con evasivas cuando se lo interpela sobre algo tan grave?
La situación se vuelve todavía más escandalosa cuando aparece la voz de quien fuera su propia jefa de prensa en 2019, que lo desmintió sin medias tintas: “Espert miente. Fred Machado tenía un rol fundamental, tomaba decisiones y elegía candidatos”. Dicho de otro modo, un narco manejaba desde las sombras la candidatura presidencial de Espert hace apenas unos años. Y hoy, ese mismo político pretende sentarse en una banca como diputado nacional. ¿Qué clase de república podemos tener con semejante nivel de connivencia entre política y crimen organizado?
Mientras tanto, Espert hace lo que sabe: esconderse detrás de Javier Milei. El presidente, que ya tiene suficientes incendios propios que apagar, intenta sostenerlo como puede. Pero las grietas se notan: Patricia Bullrich salió a pedirle públicamente que dé explicaciones claras, aunque más tarde la Casa Rosada la desmintió con torpeza, exponiendo las internas y el desorden en la gestión. El papelón fue total: Bullrich primero lo hunde, luego la obligan a retractarse, y Espert sigue aferrado a una candidatura que ya es insostenible moral y políticamente.
La verdad es que la candidatura de Espert pende de un hilo. No solo porque la sociedad observa con estupor cómo un dirigente de peso no logra despegarse de las acusaciones de vínculos con el narcotráfico, sino porque dentro del propio oficialismo el malestar crece. La incomodidad es palpable: nadie quiere cargar con el costo político de sostener a un candidato bajo sospecha de haber sido financiado por un narco, pero al mismo tiempo, nadie se anima a romper filas porque detrás de él está Milei, blindándolo con su respaldo.
Lo que debería ser un punto final en cualquier democracia seria —la renuncia automática de un candidato manchado por el narcotráfico— acá se transforma en un sainete donde la única estrategia es negar, relativizar y acusar a la oposición de “operación sucia”. El problema es que las operaciones no transfieren 200 mil dólares, ni eligen candidatos, ni manejan campañas. Eso lo hacen los narcos cuando logran meterse en el corazón de la política.
Este escándalo es más que un capítulo aislado. Es la prueba de que en el gobierno libertario se sostiene a personajes vinculados al crimen en lugar de apartarlos. Se los premia con candidaturas, se los defiende desde la Casa Rosada y se los protege con excusas burdas. Es un modelo de poder que tolera y normaliza lo intolerable.
La candidatura de Espert es hoy una vergüenza institucional. No es solo un problema para él, es un golpe a la credibilidad de la política argentina. Y es, además, el reflejo de un sistema en decadencia, donde se premia a los que deberían rendir cuentas ante la justicia.
La estadística se puede dibujar, el relato oficial se puede maquillar, pero hay algo que no se puede tapar: un candidato ligado al narcotráfico sigue en carrera política, sostenido por el poder. Eso es lo que verdaderamente desnuda la decadencia de este país. Y es también la señal más clara de que, en la Argentina de Milei, el crimen no se combate: se incorpora.