La insólita defensa de Milei: libertad de expresión para atacar a un menor
Javier Milei intentó justificar su ataque en X contra Ian Moche, un niño de 12 años con autismo, apelando a una “libertad de expresión” mal entendida y sumando excusas insólitas para eludir toda responsabilidad. Entre ellas, negar que lo que publica en redes lo haga como Presidente y hasta afirmar que un retuit no es suyo. Una lavada de manos que indigna y expone un preocupante desprecio por los límites éticos.
POLITICA NACIONAL
Por Camila Domínguez
8/11/20252 min read


En un nuevo capítulo de lo que ya parece ser un manual de cinismo político, el presidente Javier Milei presentó ante la Justicia su descargo por el ataque que hizo en X contra Ian Moche, un chico de 12 años con autismo. Y lo hizo apelando a un argumento que, más que una defensa, suena a burla: según él, su agresión está “amparada por la libertad de expresión”.
El planteo no solo es una tomada de pelo, sino también un insulto a la inteligencia de cualquier ciudadano que entienda mínimamente lo que significa tener responsabilidad pública. Milei no es un usuario cualquiera de redes sociales: es el Presidente de la Nación. Sus palabras —cada una— pesan. Y sin embargo, intenta convencer a la Justicia y a la sociedad de que cuando tuitea no lo hace como mandatario, sino como un simple opinólogo con cuenta personal.
En su escrito judicial, el presidente sumó otros argumentos tan absurdos como peligrosos. Por ejemplo, que lo publicado en su cuenta no fue una medida administrativa ni un acto de Estado. Como si el hecho de no ser un decreto le quitara gravedad a insultar a un niño desde la máxima magistratura del país. O que el autor del posteo que él retuiteó “no es él”, como si la acción de compartir un contenido no implicara un aval, un refuerzo o, en este caso, una agresión directa.
La estrategia es clara: lavarse las manos, como Poncio Pilato, y desentenderse de cualquier consecuencia. Negar que sus publicaciones lo representan como presidente es un ejercicio de escapismo político que, de aceptarse, sentaría un precedente escalofriante: habilitaría a cualquier mandatario a insultar, difamar o atacar a quien quiera desde sus redes y luego escudarse en un supuesto “rol privado” para evitar rendir cuentas.
Este no es un episodio aislado. Responde a un patrón que ya es visible: deshumanizar y desacreditar a quien se cruce en su camino, sin importar la edad, la condición o la vulnerabilidad de la persona. En lugar de pedir disculpas o mostrar un mínimo de empatía, Milei redobla la apuesta con argumentos jurídicamente endebles y moralmente insostenibles.
La violencia verbal y simbólica ejercida desde el poder contra un niño no puede ni debe normalizarse. No se trata de ideologías ni de banderas políticas, sino de un límite ético básico: proteger a los más vulnerables de la agresión, especialmente cuando esta viene de la figura más alta del Estado.
Porque si un presidente se siente con derecho a atacar a un chico de 12 años y luego ampararse en tecnicismos para evadir su responsabilidad, no solo está fallando como mandatario: está fallando como ser humano.
Basta de crueldad disfrazada de libertad de expresión.