La nueva reforma laboral: más esclavitud, menos derechos
El gobierno de Javier Milei impulsa una reforma laboral que promete “modernización”, pero es todo lo contrario: un ataque directo a los derechos conquistados por los trabajadores. Elimina indemnizaciones, permite que el empleador fraccione vacaciones y deja al trabajador a merced del patrón. No es una novedad, es la misma receta de siempre: más poder para los de arriba, más precariedad para los de abajo. Una reforma hecha a medida del empresariado y del capital financiero, disfrazada de libertad.
POLITICA NACIONAL
Por Camila Domínguez
10/29/20253 min read


Javier Milei volvió a hacerlo. Con la excusa de “modernizar” el sistema laboral argentino, el gobierno libertario avanza con una nueva reforma que, lejos de proteger el empleo o fomentar la producción, ataca de frente los derechos más elementales de los trabajadores. Detrás de ese discurso ampuloso sobre eficiencia y competitividad, se esconde lo que realmente es: una flexibilización salvaje, un intento de desmantelar décadas de conquistas laborales en nombre del “mercado libre”.
Entre los puntos más alarmantes de la propuesta, se destaca la eliminación de las indemnizaciones por despido —tanto con como sin causa—, reemplazándolas por fondos o sistemas privados que solo garantizan una cosa: que despedir sea más barato. A eso se suma una medida insólita y regresiva: permitir que el propio empleador decida cuándo y cómo se toman las vacaciones, pudiendo fraccionarlas a gusto. Es decir, el descanso del trabajador —un derecho ganado, un tiempo vital— pasa a ser una decisión unilateral del patrón.
Todo esto se vende bajo el lema de la “modernización laboral”, una palabra que suena amable, casi progresista, pero que en realidad es un eufemismo elegante para precarización. Lo que el gobierno llama “actualizar las normas” no es otra cosa que ajustar el cuerpo y la vida de los trabajadores a las necesidades del capital financiero y las grandes empresas.
Nada nuevo bajo el sol: la historia se repite
Esta embestida contra los derechos laborales no es una novedad. Es, más bien, la culminación de una vieja obsesión liberal que comenzó en la dictadura militar y siguió con diferentes disfraces en cada etapa de la historia reciente. En los años del menemismo, la palabra mágica fue “flexibilización”. En los tiempos de la Alianza, se compraban votos para aprobar la famosa ley Banelco. Con Macri, el argumento fue “bajar el costo laboral”. Hoy, Milei desempolva las mismas recetas, cambiando apenas el envoltorio y el tono del discurso.
En todos los casos, la lógica fue idéntica: abaratar los despidos, debilitar a los sindicatos y someter al trabajador a la incertidumbre permanente. Lo que se vende como “eficiencia” es, en realidad, la institucionalización del miedo: el miedo a perder el trabajo, a enfermarse, a reclamar, a no poder planificar la propia vida.
El poder para unos pocos
El gobierno libertario insiste en que esta reforma “no implica pérdida de derechos”, pero la realidad es imposible de disimular. No se trata de modernizar el trabajo, sino de retrocederlo décadas. Milei busca transferir poder de los trabajadores hacia las empresas, consolidando un modelo donde los que más tienen deciden sobre la vida, el tiempo y el sustento de los que menos tienen.
Bajo este esquema, el empleado deja de ser un sujeto con derechos para convertirse en una variable de ajuste. Si te despiden, “mala suerte”; si querés vacaciones, esperá a que tu jefe te diga cuándo. Todo bajo la promesa de que “así habrá más empleo”, una mentira tan vieja como funcional al poder económico.
Porque no hay generación de empleo sin industria nacional, sin consumo interno, sin protección del salario real. Lo que Milei llama libertad no es libertad para todos, sino para unos pocos: los de siempre.
El discurso oficial se llena la boca hablando de productividad, innovación y competitividad. Pero cuando uno raspa un poco la superficie, lo que aparece es el mismo modelo de siempre: un país que produce pobreza para sostener las ganancias de unos pocos.
La “reforma pro empleo” es, en realidad, una trampa. No fomenta el trabajo, lo precariza. No genera oportunidades, las destruye. Y lo más grave: rompe el equilibrio histórico entre capital y trabajo, dejando al trabajador completamente desprotegido frente al empleador.
Es una reedición de las recetas que ya fracasaron. Las que dejaron desocupación, fábricas vacías y generaciones enteras condenadas a la informalidad.
Una historia que no debemos repetir
Cada vez que en la Argentina se habló de “reforma laboral”, los resultados fueron los mismos: menos derechos, más desigualdad y más poder para los que ya mandan. Milei no inventó nada nuevo, solo desempolvó el viejo manual neoliberal de siempre, ese que transforma al trabajador en un costo y al empresario en un intocable.
Hoy el gobierno libertario pretende que aplaudamos mientras nos quitan las indemnizaciones, nos recortan las vacaciones y nos hacen creer que eso es progreso. Pero no hay progreso posible cuando el precio es la dignidad.
El trabajo no se moderniza, se defiende
Esta reforma no moderniza nada. No crea empleo, no impulsa la economía, no mejora la vida de nadie. Solo profundiza la desigualdad y consolida un modelo donde el que manda tiene todo y el que trabaja no tiene nada.
Milei puede dibujar los discursos que quiera, pero la realidad es más fuerte que cualquier PowerPoint libertario: sin derechos laborales no hay libertad, hay sometimiento.
Y si la historia argentina nos enseñó algo, es que cada vez que intentaron borrar derechos, los trabajadores salieron a defenderlos. Porque el trabajo no se negocia. Se respeta, se cuida y se defiende.
