León XIV, el nuevo Papa que sigue el legado de Francisco
León XIV fue elegido como nuevo Papa y promete continuar el camino de Francisco: una Iglesia humilde, cercana a los pobres y comprometida con los pueblos. De alma latinoamericana, con una profunda raíz en Perú, ya dejó señales claras de que no retrocederá frente al odio ni al autoritarismo.
POLITICA NACIONAL
Por Camila Domínguez
5/9/20253 min read


La Iglesia Católica tiene nuevo Papa. Se llama León XIV, pero su nombre de pila es Robert Francis Prevost. Nació en Chicago hace 69 años, pero su alma —como él mismo lo dijo— es latinoamericana. Y más precisamente, peruana. “Soy peruano. Porque uno no es de donde nace… sino de donde entrega el alma”, afirmó alguna vez. Y no es una frase para la tribuna: vivió más de 25 años en Perú, fue obispo de Chiclayo, y en su última entrevista en ese país, allá por 2023, confesó con la voz entrecortada: “Voy a extrañar la comida. Ceviche, cabrito, seco. Son 38 años acompañando y viviendo la alegría del pueblo peruano. Me va a costar salir de aquí”.
Es que León XIV no llega desde las oficinas frías del poder eclesiástico, sino desde el barro cálido del trabajo pastoral. En los barrios pobres de Chiclayo, entre parroquias humildes y rostros curtidos por la vida, construyó su vocación. Fue, simplemente, el padre Robert. Y así lo conocieron miles de peruanos que hoy celebran con lágrimas en los ojos que uno de los suyos se sentará ahora en el trono de Pedro.
Su elección como pontífice fue rápida: bastaron dos días de cónclave para que los cardenales encontraran en él la figura de consenso. Su perfil, su historia, su compromiso social y espiritual, lo convirtieron en el heredero natural de Francisco. No es casual que eligiera como nombre papal el de León, en referencia a León XIII, autor de la Rerum novarum, la encíclica que marcó el nacimiento de la doctrina social de la Iglesia. El nuevo Papa parece decirnos que seguirá ese legado: el de una Iglesia viva, comprometida con la justicia social, cercana a los últimos.
Prevost fue parte del círculo íntimo de Francisco. El Papa argentino lo nombró prefecto del Dicasterio para los Obispos, una de las responsabilidades más importantes en la estructura vaticana. Desde ese lugar compartieron el impulso sinodal, el llamado a una Iglesia más abierta, horizontal, en la que los laicos —incluidas las mujeres— tengan voz y lugar en las decisiones. Una Iglesia que no se encierre en sus estructuras, sino que escuche, camine, se anime a cambiar. La Iglesia de los pobres para los pobres que soñaba Bergoglio encuentra en León XIV un continuador firme y sincero.
En su primera misa como pontífice, celebrada hoy en la Capilla Sixtina, León XIV no esquivó el peso del momento. Mirando a los cardenales les dijo: “Me habéis llamado a llevar una cruz”. Pidió caminar juntos, y denunció con firmeza “el desprecio a la fe en el mundo actual”. También dejó en claro qué tipo de Iglesia quiere liderar: una que “se identifique por la santidad de su gente, no por sus estructuras”.
Este Papa no se calla. Ni cuando habla de política. En tiempos donde muchas jerarquías eclesiásticas se corren del debate social, León XIV fue claro en su condena a las políticas de deportación masiva de Donald Trump y mostró su incomodidad con el modelo autoritario de Nayib Bukele. Su lugar está, como el de Jesús, entre los perseguidos, los migrantes, los olvidados.
En ese sentido, su pontificado aparece como un faro en medio de un mundo que retrocede a pasos agigantados. Un mundo donde crece el desprecio por el otro, donde los discursos violentos se normalizan y hasta se celebran. En Argentina lo vemos cada día: el presidente Javier Milei ha convertido la agresión en una forma de comunicación política. Desprecia a los pobres, insulta a sus opositores, banaliza el dolor social con slogans vacíos y frases huecas. Es en este contexto donde la voz del nuevo Papa puede resonar como bálsamo, como resistencia, como esperanza.
Francisco encendió una llama en los márgenes, en las villas, en los comedores, en los hospitales y las cárceles. León XIV tiene ahora la enorme misión de mantener esa luz encendida. De sostener una Iglesia que no se arrodille ante los poderosos, sino que abrace a los descartados. De recordar que hay otra forma de habitar este mundo. Más humana. Más cristiana. Más justa.
Porque en estos tiempos oscuros, necesitamos que la voz del Evangelio vuelva a escucharse clara, firme, valiente. Y en León XIV, América Latina —y el mundo— parecen haber encontrado a alguien que no tiene miedo de hablar desde abajo, desde el sur, desde el corazón del pueblo.