Los aumentos que se vienen: cuando viajar al trabajo se vuelve un privilegio

Los aumentos que se vienen no son un ajuste más: son el límite de lo tolerable. Con el subte, el tren y el colectivo disparados hasta un 300% y la luz sumándose a los tarifazos, ir a trabajar ya es un lujo. La gente no llega, no puede viajar, no puede sostener el día a día y el Gobierno mira para otro lado mientras pide “esfuerzo” desde la comodidad del escritorio. Esto no es orden ni austeridad: es empujar a millones a la miseria cotidiana, a endeudarse para comer y a elegir entre pagar un boleto o pagar un plato de comida. Un país donde moverse para laburar es imposible es un país que se rompe. Y lo están rompiendo.

POLITICA NACIONAL

Por Julián Pereyra

11/3/20252 min read

Hay una frase que se repite desde el Gobierno como si fuera un mantra: “hay que hacer esfuerzos”. Lo que no dicen es quiénes los están haciendo —y quiénes no. Porque mientras se siguen anunciando aumentos sin respiro, hay una realidad que ya no se puede disimular: en Argentina, hoy, miles de personas no pueden ni pagar el viaje para ir a trabajar.

Sí, llegamos a ese punto.
El transporte público subió hasta un 300%. Subte, tren, colectivo: todo por las nubes. Y no en un país donde los salarios acompañan —al contrario— los sueldos están clavados y las paritarias se arrastran detrás de una inflación que nunca aflojó de verdad para la mayoría.

La postal cotidiana es dura: trabajadores calculando si les conviene pagar el boleto o caminar kilómetros; madres y padres que ya no llevan a sus hijos a actividades porque no alcanza para los pasajes; jóvenes que directamente dejan de salir a buscar laburo porque el costo del transporte mata cualquier intento de progreso. Si viajar pasa a ser un lujo, el país se achica, se frena y se apaga.

Mientras tanto, las tarifas de luz y otros servicios esenciales también suben mes tras mes. Cada boleta es una amenaza. Cada recibo es una advertencia. Las familias se endeudan para pagar lo básico: la luz, el gas, la SUBE. Y cuando la tarjeta de crédito se llena, aparece la angustia: ¿cómo seguimos?

Este modelo no “ordena la economía”. La ordena para unos pocos, y la desordena brutalmente para todos los demás. No se trata sólo de números fiscales, sino de personas reales que hoy se ven obligadas a elegir entre comer o viajar, entre pagar las cuentas o prender la calefacción, entre buscar trabajo o quedarse encerrados en su casa porque el boleto cuesta más que lo que podrían llegar a ganar.

No hay épica en esto. No hay narrativa heroica. Lo que hay es gente que trabaja todos los días y, aun así, vive con miedo al próximo aumento. Lo que hay es un ahogo constante, silencioso, que se siente en cada supermercado, en cada parada de colectivo, en cada factura que llega.

Y se dice “ajuste”, pero se vive como abandono.
Se habla de “eficiencia”, pero se siente como indiferencia.
Lo llaman “orden fiscal”, pero para millones significa miseria cotidiana.

Porque un país donde la gente no puede ni pagar el colectivo para ir a trabajar no está en camino al desarrollo: está siendo empujado hacia atrás, hacia un lugar donde el tiempo de los ciudadanos vale menos que una planilla de Excel.

El problema no es la gente que no “se esfuerza”.
El problema es un modelo que parece decidido a que, por más que te esfuerces, nunca alcance.