Nos están dejando solas: el ajuste de Milei también es contra nuestros derechos
El gobierno de Javier Milei eliminó 13 programas clave para mujeres, travestis, trans y sobrevivientes de violencia de género, entre ellos el plan MenstruAR y el programa de Apoyo Urgente ante Violencias Extremas. La medida, presentada con orgullo por funcionarios que jamás sabrán lo que es menstruar o sobrevivir a un intento de femicidio, deja a miles de personas en total desamparo. Mientras se jactan de “eliminar ideología”, desmantelan derechos humanos básicos y vacían de sentido la Ley 26.485, profundizando un ajuste inhumano que condena a las víctimas a sobrevivir solas, sin apoyo psicológico, legal ni económico.
POLITICA NACIONAL
Por Camila Domínguez
5/16/20253 min read


Como mujer, como ciudadana, como ser humano, escribo estas palabras con un nudo en la garganta y una bronca que me desborda. El gobierno de Javier Milei acaba de eliminar 13 programas destinados a proteger y acompañar a mujeres, travestis, transexuales y personas transgénero. Lo hizo sin el más mínimo gesto de sensibilidad, como quien arranca una hoja del cuaderno y la tira al tacho. Entre esos programas estaba “MenstruAR”, que garantizaba productos básicos de higiene menstrual a quienes no podían acceder ni siquiera a una toallita. También fue eliminado el Programa de Apoyo Urgente y Asistencia Integral ante Violencias Extremas por Motivos de Género, que ofrecía apoyo económico, asistencia psicológica y asesoramiento legal a quienes sobrevivieron a intentos de femicidio y a familiares de víctimas.
¿Y saben qué fue lo más obsceno? Que lo anunciaron como un logro. Como si borrar de un plumazo herramientas de supervivencia para quienes están al borde de la muerte fuera motivo de orgullo. Como si dejar a una mujer sin contención luego de que su ex pareja intentara matarla fuera una victoria ideológica. El Ministerio de Justicia, conducido por Mariano Cúneo Libarona, un hombre que jamás va a saber lo que es tener miedo de volver a casa de noche, que jamás va a sangrar cada mes sin poder comprar una toallita, que jamás va a vivir la experiencia de ser despreciado por su identidad de género, decidió sin miramientos que esas personas no merecen ayuda del Estado. Y no sólo eso: se burlan, se ríen, celebran.
Lo que el gobierno llama “gasto innecesario” para mí es la diferencia entre la vida y la muerte. ¿Cómo se explica que alguien que sobrevivió a un intento de femicidio ahora tenga que mendigar por un psicólogo o endeudarse para pagar un abogado? ¿Cómo le explicamos a una mamá que perdió a su hija en manos de un femicida que el Estado ya no va a acompañarla más? ¿Cómo les decimos a las hijas de Analía Aros, asesinada por su ex pareja en 2017, que se terminó el apoyo, que se terminó el alivio, que se terminó todo? ¿Con qué cara?
Esta no es una discusión de ideología. Es una discusión de humanidad. Porque cuando eliminás programas que dan cuatro salarios mínimos a personas que acaban de perderlo todo, no estás achicando el Estado, estás agrandando el dolor. Estás ensañándote con las víctimas más frágiles, las que no tienen ni voz ni recursos para defenderse. Estás institucionalizando el abandono. Estás gobernando con desprecio por la vida ajena.
No hay forma de justificar esto sin caer en la crueldad. Dicen que quieren “cortar con la ideología de género”. Lo que están cortando es el acceso a la justicia. Lo que están cortando es la posibilidad de rehacer una vida después de la violencia. Lo que están cortando es la protección mínima que el Estado tiene la obligación de garantizar según las leyes nacionales y los tratados internacionales. Con esta decisión, el gobierno vacía de contenido la Ley 26.485 de Protección Integral a las Mujeres. La convierte en letra muerta. En una promesa rota.
Mientras se desmantelan estos programas, nos siguen matando. Una mujer cada 35 horas, según los últimos datos. Pero el mensaje es claro: que se salve la que pueda, la que tenga plata. La que pueda pagar un psicólogo, un abogado, un sepelio. La que no pueda, que se hunda sola. Esa es la libertad que nos están vendiendo.
Como mujer, me da rabia. Como mujer, me da miedo. Como mujer, me da tristeza. Ver cómo retrocedemos décadas en materia de derechos, ver cómo se naturaliza la violencia, cómo se institucionaliza la desprotección, cómo se celebra la crueldad. Todo en nombre de un ajuste inhumano, de un dogma ideológico que no tiene problema en dejar en la calle, en la intemperie, a quienes más necesitan ayuda.
Y si esta es la “libertad” que avanza, entonces avancemos, sí… pero directo a la Edad Media. Porque no hay nada de moderno ni de valiente en borrar derechos. No hay progreso en la indiferencia. No hay justicia en la crueldad. Lo que están haciendo es instalar una agenda reaccionaria, elitista y profundamente violenta, que decide quién merece vivir y quién no. Y en esa lógica, las mujeres, las pobres, las trans, las víctimas, no estamos invitadas.
Nos están dejando solas. Pero no vamos a callarnos. Porque si ellos celebran el desamparo, nosotras vamos a defender la dignidad. Aunque nos duela. Aunque nos tiemble la voz. Aunque tengamos que hacerlo una y otra vez, desde las cenizas. Porque el feminismo no se rinde. Porque no vamos a permitir que el miedo vuelva a ser norma. Porque nuestros derechos no son un gasto. Son vida. Y no vamos a dejarlos morir.