PAPELON HISTORICO: Milei vuelve a dejar mal parada a la Argentina
Mientras el mundo despedía al único Papa argentino, él llegó tarde por decisión propia, priorizando un acto político menor y un diploma sin valor real. Ni los medios que lo protegen pudieron encubrir el papelón. Esta es una vergüenza que trasciende ideologías: un presidente incapaz de comprender el peso de la historia, la fe de su pueblo y el respeto que se le debía a Jorge Mario Bergoglio, un líder que con humildad y coraje enfrentó al poder en nombre de los olvidados.
POLITICA NACIONAL
Por Camila Domínguez
4/25/20252 min read


Murió el Papa Francisco. El único papa argentino. El hombre que llevó nuestra bandera al corazón del Vaticano, que hizo historia en el mundo entero y que marcó un antes y un después para millones de personas. Y mientras el mundo lo despidió con respeto, emoción y silencio solemne, nuestro presidente, Javier Milei, llegó tarde. Ni siquiera se presentó al velorio a cajón abierto para rendirle homenaje. Argentina quedó, una vez más, en el rincón de la vergüenza.
Mientras líderes como Lula da Silva, presidente de Brasil, sí dijeron presente, representando con altura y humanidad a su pueblo en el funeral del Sumo Pontífice, Milei decidió dedicar su tiempo a un acto privado de la fundación Benegas Lynch, en donde entregó un diploma honorífico y dio un discurso plagado de frases ridículas como “todos los stalinistas que hay acá no lo van a entender”, mientras hablaba de ética y libertad. Todo esto, horas antes de subirse a un avión rumbo a Roma, cuando ya se cerraban las puertas de la Basílica de San Pedro.
No fue un error logístico. Fue una decisión. Una elección política. Milei priorizó el show ideológico, el autobombo entre fanáticos, y el desprecio que ha mostrado durante años por el Papa Francisco. No olvidemos sus palabras: "el representante del maligno en la Tierra", “ese imbécil que está en Roma”. Así se refirió al Sumo Pontífice que hoy define, con una hipocresía monumental, como “el argentino más importante de la historia”. ¿Cuánto vale la palabra de alguien que puede insultar y glorificar a la misma persona con apenas unos meses de diferencia?
Lo más patético de todo esto es que ni siquiera sus periodistas aliados pueden tapar el papelón. No hay relato que aguante. No hay excusa que valga. La imagen de Sergio Sánchez, el cartonero argentino invitado por el Vaticano, presente en la despedida, fue más poderosa que cualquier intento de disfrazar la ausencia presidencial. La representación argentina real estuvo en las manos humildes, no en la figura del presidente que llegó cuando todo ya había terminado.
Es doloroso decirlo, pero Argentina quedó, una vez más, en la historia por lo que no hizo. Por lo que no supo honrar. Mientras el mundo entero se detenía a despedir a Jorge Mario Bergoglio, nuestro presidente estaba sacándose fotos con economistas ultraliberales y hablando de “vender órganos” y “ajustes morales”. Mientras la humanidad vivía un momento histórico, nosotros protagonizábamos un nuevo capítulo de bochorno internacional.
¿Qué país queremos ser? ¿Uno que honra sus símbolos o uno que los desprecia hasta el final? Hoy duele ser argentino no por lo que somos como pueblo, sino por quien nos representa. Porque los gestos importan. Porque los momentos marcan. Y porque, cuando todo el planeta miraba hacia Roma, Argentina no estuvo. O peor: llegó tarde y sin respeto.
Qué tristeza. Qué vergüenza. Qué soledad.