Privatización de Tecnópolis: el Gobierno entrega la ciencia y la cultura al mejor postor

Mientras el Gobierno avanza con la licitación para privatizar Tecnópolis, queda en evidencia otro ataque directo a lo público y a todo lo que represente inclusión, educación y acceso igualitario. Bajo la excusa de la “eficiencia” y el fin de los supuestos déficits, la gestión de Javier Milei repite un modus operandi conocido: desfinancia, vacía y deja deteriorar un espacio emblemático para luego justificar su entrega al sector privado.

POLITICA NACIONAL

Por Julián Pereyra

12/15/20253 min read

El gobierno de Javier Milei volvió a dejar en claro que su cruzada ideológica contra lo público no tiene límites. Esta vez, el blanco es Tecnópolis: ese enorme parque de ciencia, tecnología y cultura que durante más de una década funcionó como una puerta de entrada al conocimiento para millones de chicos y chicas de todo el país. La decisión de avanzar con una licitación para concesionar el predio a privados por 25 años no es un hecho aislado ni una medida “técnica”. Es otro capítulo de un plan sistemático de demolición de todo lo que huela a Estado, inclusión y derecho colectivo.

Tecnópolis no es un terreno baldío ni un negocio fallido. Es un símbolo. Desde su inauguración en 2011, se convirtió en un espacio donde la ciencia argentina se mostraba con orgullo, donde el Conicet dejaba de ser una sigla lejana para transformarse en experiencias concretas, donde chicos de escuelas públicas podían tocar, experimentar, preguntar y soñar. Para miles de familias trabajadoras, era uno de los pocos lugares donde pasar un día entero aprendiendo y divirtiéndose sin que el precio de la entrada fuera una barrera infranqueable. Eso es lo que hoy el Gobierno decide poner en venta, disfrazándolo de “modernización”.

El argumento oficial es conocido y repetido hasta el cansancio: Tecnópolis sería “deficitaria”, estaría “subutilizada” y representaría un “curro” heredado del kirchnerismo. Pero ese relato omite —deliberadamente— un detalle clave: el deterioro actual del predio no es casual, es inducido. Forma parte de un modus operandi ya visto. Primero se desfinancia, después se vacía, se reducen actividades, se abandona el mantenimiento y se deja que el espacio se degrade. Luego, con el daño ya hecho, se levanta el dedo acusador y se sentencia que “lo público no funciona”. El paso final es siempre el mismo: entregarlo al mejor postor, como si fuera chatarra, sin importar su valor social, cultural o educativo.

Eso es exactamente lo que está pasando con Tecnópolis. En los últimos meses se redujeron eventos gratuitos, se priorizaron actividades privadas, se avanzó en espectáculos pagos y se fue expulsando, de manera silenciosa, a quienes históricamente fueron su público natural: los chicos, las escuelas, las familias que no pueden pagar entradas, sponsors ni experiencias premium. Ahora, el Gobierno da el paso que faltaba: formalizar la privatización encubierta y convertir un espacio público inclusivo en un negocio pensado para pocos.

La licitación, presentada como una concesión “rentable y sostenible”, es en realidad una renuncia del Estado a su rol más básico: garantizar el acceso al conocimiento y a la cultura. Un privado no va a gestionar Tecnópolis pensando en la inclusión, sino en el balance. No va a priorizar visitas escolares gratuitas, ni talleres educativos para pibes de barrios populares, ni muestras científicas que no sean rentables. Va a priorizar lo que deje plata. Y eso, en un país con niveles crecientes de desigualdad, significa excluir a millones.

El impacto no es solo material, es profundamente simbólico. Tecnópolis era —y podía seguir siendo— un lugar donde un chico de cualquier punto del conurbano o del interior podía imaginarse científico, ingeniera, investigadora, técnico. Donde el Conicet no era un blanco de insultos presidenciales, sino un orgullo nacional. Milei no solo ataca presupuestos, organismos y políticas públicas: ataca la idea misma de futuro colectivo. Al privatizar Tecnópolis, le quita ilusión a miles de chicos que encontraban ahí una primera chispa, una curiosidad, una vocación posible.

El cinismo del discurso oficial llega al extremo de presentar esta decisión como una forma de “terminar con la propaganda”. Como si mostrar ciencia argentina, innovación local y acceso al conocimiento fuera adoctrinar. Como si el verdadero problema fuera que chicos pobres tengan un lugar para aprender y divertirse. En esa lógica brutal, todo lo que no genere ganancias inmediatas es descartable. La infancia, la educación, la cultura y la ciencia pasan a ser variables de ajuste.

No se trata, como intenta vender el Gobierno, de eficiencia ni de sustentabilidad. Se trata de una decisión ideológica: destruir lo público por el solo hecho de ser público, y más aún si fue construido durante gobiernos kirchneristas. Tecnópolis molesta porque demuestra que el Estado puede crear espacios de calidad, inclusivos y masivos. Molesta porque contradice el dogma libertario de que todo lo estatal es inútil. Molesta porque recuerda que hubo un proyecto de país que apostó a la ciencia, a la educación y a la igualdad de oportunidades.

La privatización de Tecnópolis no es una anécdota ni un detalle administrativo. Es un mensaje brutal: en la Argentina de Milei, el acceso al conocimiento deja de ser un derecho y pasa a ser un privilegio. Y un país que les quita a sus chicos los espacios para aprender, imaginar y soñar no está avanzando hacia la libertad, como repite el Presidente, sino retrocediendo décadas. Porque no hay futuro posible cuando se vende el presente de los que vienen detrás.