Reformas que no sirven: el ajuste que destruye empleo y agranda la crisis
Mientras el Gobierno vende con entusiasmo un paquete de “reformas históricas”, en la vida real todo indica lo contrario: son reformas que no sirven y que no ayudan a nadie fuera del círculo de poder. Mientras Milei promete que su plan traerá crecimiento, inversiones y “libertad económica”, lo que se ve en la calle es un país cada vez más frenado, con industrias que apagan máquinas, trabajadores que pierden poder adquisitivo y un mercado interno que se desmorona día tras día.
POLITICA NACIONAL
Por Camila Domínguez
12/10/20253 min read


Las reformas económicas que Javier Milei proyecta para la Argentina no solo no resuelven nada: profundizan todos los problemas que ya tenemos y agregan varios nuevos. Lo más preocupante es que el Gobierno intenta vender este descalabro como “modernización” o “libertad económica”, cuando en verdad es un experimento ideológico que pulveriza salarios, destruye empleo y nos empuja otra vez al laberinto del endeudamiento eterno.
El núcleo de su plan —si es que puede llamarse plan— empieza por la reducción de impuestos al complejo agroexportador. Una medida presentada como la gran llave para que “Argentina le venda al mundo”, pero que en la práctica solo desfinancia al Estado y deja sin recursos a los sectores productivos que sí generan empleo: la industria, las pymes, la economía regional, el comercio interno. El agro agradece, claro. Pero no derrama nada. No lo hizo antes, no lo hace ahora y no lo hará después. Esa famosa “curva de Laffer” que Milei recita de memoria jamás funcionó en un país donde la mitad de la población no llega a fin de mes.
Mientras tanto, del otro lado del mostrador, Luis Caputo repite su libreto de siempre: deuda, deuda y más deuda. Colocar bonos en dólares a tasas insostenibles, comprometer al país a futuro y llamar a eso “confianza del mercado”. Es exactamente el mismo esquema que ya fracasó en 2018, pero esta vez potenciado por una recesión histórica, un mercado interno destruido y un deterioro social que no aguanta un golpe más.
La combinación es explosiva: mientras se baja la recaudación para el sector más concentrado de la economía, el Estado se endeuda en dólares para cubrir gastos básicos y sostener un relato. Todo esto en un contexto en el que la industria se derrumba, las fábricas suspenden o despiden trabajadores y las paritarias se discuten con el único objetivo de perder un poco menos, porque mejorar ya es ciencia ficción.
El plan Milei–Caputo no solo es incoherente: es inviable. Es un edificio económico construido sobre arena, sostenido únicamente por un factor tan frágil como absurdo: el respaldo político de Donald Trump. Ese “apoyo” funciona como pagar el mínimo de la tarjeta: puede darte un respiro hoy, pero mañana te hunde. Y cuando llegue ese momento —porque va a llegar—, Argentina no tendrá con qué responder.
Y esto no lo dicen solo los críticos del Gobierno. Incluso economistas del establishment, gente que quiere que al gobierno liberal-libertario le vaya bien, están admitiendo lo obvio: las inconsistencias del plan son demasiado grandes. Reclaman señales mínimas de racionalidad, advierten sobre el endeudamiento acelerado, alertan por el derrumbe del empleo industrial, por la caída brutal del consumo y por una estructura impositiva y productiva que beneficia a unos pocos mientras hunde al resto.
La foto es clara: caída de la producción, salarios pulverizados, dólares prestados a tasas inviables, desindustrialización, dependencia externa creciente. ¿Éste es el “modelo de libertad”? No, es un país entregado a intereses externos, sin defensa propia y sin horizonte productivo.
La Argentina no sale adelante destruyendo la industria, recortando derechos laborales, endeudándose sin límites y apostando todo a una geopolítica improvisada. Mucho menos convirtiéndose en un laboratorio ideológico que sacrifica el bienestar de millones para sostener un relato libertario que no se ve en los precios, ni en los salarios, ni en la vida real de ningún argentino.
Este camino no es sostenible. No lo fue antes, no lo es ahora y no lo será nunca. Porque un país no puede vivir eternamente hipotecado ni puede confiar su futuro a líderes extranjeros o a un mercado que solo aplaude cuando gana, pero nunca cuando pierde. La Argentina necesita producción, trabajo y estabilidad real. No un experimento que ya sabemos cómo termina: mal, muy mal, y siempre para los mismos.
