Se conoce la inflación de noviembre: otro golpe al bolsillo que el Gobierno no puede ocultar

Mientras el Gobierno se prepara para mostrar números que intenta vender como “estabilidad”, hoy se conocerá la inflación de noviembre y la calle ya sabe lo que el dato oficial no va a admitir: los precios siguen sin frenar. Supermercados con aumentos cada semana, alimentos que suben incluso con el consumo desplomado y tarifas que vuelven a presionar justo cuando los salarios llegaron a su límite. Mientras el relato oficial celebra tecnicismos, los argentinos miran una realidad completamente distinta: un fin de año donde cada compra duele, donde la plata rinde menos que nunca y donde la inflación deja en evidencia que el Gobierno puede dibujar el número, pero no puede ocultar la crisis que se vive en cada hogar.

POLITICA NACIONAL

Por Camila Domínguez

12/11/20252 min read

Hoy se conocerá oficialmente la inflación de noviembre y, lejos de traer alivio o señales de recuperación, el dato vuelve a confirmar lo que ya es evidente para cualquier argentino que pisa un supermercado: los precios siguen sin dar un respiro, incluso en pleno cierre de año, cuando las familias más necesitan estabilidad para llegar a las fiestas sin la angustia de no saber si podrán llenar la mesa.

Mientras tanto, el Gobierno insiste en otra cosa. Habla de “orden”, de “estabilidad”, de “inflación en descenso”, como si los números que presenta fueran una fotografía fiel de la vida cotidiana y no un retrato cuidadosamente maquillado para sostener un relato que ya no convence a nadie. Son números dibujados, construidos sobre tecnicismos, postergación de aumentos, desconexión con la realidad y una dosis inmensa de voluntarismo político.

Pero la calle cuenta otra historia. Y es una historia que el Gobierno parece empeñado en no escuchar.

En los supermercados los aumentos son semanales, cuando no diarios. Los alimentos suben sin pausa, con remarcaciones silenciosas que incluso los propios comerciantes reconocen que ya no pueden explicar. Las tarifas siguen ajustándose sin tregua, la carne volvió a pegar un salto, las frutas y verduras se dispararon y los productos básicos cambian de precio en cuestión de horas.

Todo esto ocurre mientras los salarios, pulverizados por meses de paritarias a la defensiva, ya no alcanzan ni para sostener el consumo más elemental. Las familias llegan a diciembre con un bolsillo desgastado, la heladera cada vez más vacía y la sensación de estar corriendo una carrera imposible.

Y noviembre no será la excepción. Según todas las consultoras privadas, la inflación del mes se mantuvo en la meseta alta de los últimos tiempos: entre 2,3% y 2,5%. No hay baja sostenida, no hay recuperación, no hay mejora real. Hay estancamiento inflacionario, un techo que no cede y precios que avanzan al ritmo de un deterioro social que se profundiza.

Mientras el Gobierno festeja este número como si fuera un logro monumental —como si estar clavados en la misma inflación hace un año fuera un triunfo y no una señal de parálisis—, el país observa otra escena: jubilados recortando compras, trabajadores eligiendo qué dejar de consumir, comercios que abren con listas nuevas cada lunes y familias que llegan a las fiestas con más preocupación que alegría.

La brecha entre el relato y la realidad es cada vez más grande.
El Gobierno prefiere mirar planillas, porcentajes y gráficos acomodados.
Los argentinos miran precios, changuitos semivacíos y cuentas que no cierran.

Conocer hoy el dato de inflación es importante. Sí.
Pero mucho más importante es lo que el Gobierno no quiere admitir:
que la vida diaria demuestra una inflación que no afloja, un deterioro que avanza y una sociedad que ya no cree en discursos que no tienen nada que ver con lo que pasa en la calle.