Triple femicidio en Florencio Varela: dolor, indignación y un país que vuelve a exigir justicia

El triple femicidio en Florencio Varela estremeció al país: Morena Verri, Brenda Loreley Del Castillo y Lara Morena Gutiérrez fueron asesinadas brutalmente tras caer en la trampa de una banda narco que transmitió el crimen por redes sociales. Un hecho doloroso y atroz que refleja la crueldad del narcotráfico, la desprotección de las mujeres y la urgencia de exigir justicia y frenar la violencia machista en la Argentina.

POLITICA NACIONAL

Por Camila Domínguez

9/25/20253 min read

Escribo estas líneas con un nudo en la garganta, con el dolor de quien siente que las palabras nunca alcanzan, pero que al mismo tiempo entiende que callar sería una traición. Otra vez, la tragedia se impone con una violencia insoportable: Morena Verri y Brenda Loreley Del Castillo, de 20 años, y Lara Morena Gutiérrez, de apenas 15, fueron encontradas sin vida en una casa de Florencio Varela. Tres jóvenes, tres vidas interrumpidas, tres futuros arrancados de raíz. Y detrás de estas muertes no hay azar ni accidente: hay un crimen brutal, premeditado, un mensaje mafioso que desnuda lo peor de nuestra sociedad.

Según la investigación, las chicas fueron engañadas, conducidas hacia una trampa organizada por una banda narco con base en la Ciudad de Buenos Aires. Allí, en ese infierno disfrazado de “fiesta”, las esperaban la violencia, el sometimiento y la muerte. No fue solo un femicidio: fue un espectáculo macabro, transmitido por Instagram en un grupo cerrado, como si la crueldad necesitara espectadores, como si la barbarie se pudiera usar como ejemplo para sembrar terror. El mensaje era claro: mostrar “lo que les pasa a quienes roban droga”.

Me resulta imposible escribir esto sin sentir escalofríos. El cuerpo se estremece de impotencia, la piel se eriza de rabia. Porque no hablamos solo de tres jóvenes asesinadas: hablamos de todas nosotras, de la inseguridad que nos cala hondo, de la fragilidad de ser mujer en un país donde, a cada paso, la violencia de género se disfraza de “ajuste de cuentas”, de “crimen organizado”, de cualquier cosa que no sea lo que realmente es: una guerra contra nosotras.

Hoy escuchamos discursos que intentan banalizar la tragedia. Que buscan responsables en la música, en las redes sociales, en la juventud “descarriada”. Esos relatos son, además de cínicos, profundamente peligrosos. Porque distraen, porque desvían la atención del verdadero problema: la violencia sistemática hacia las mujeres, una violencia que atraviesa fronteras, clases sociales y edades, y que en este caso se enlaza con la crueldad del narcotráfico. Este no es el momento de dividirnos ni de culpar a las víctimas. Es el momento de exigir justicia, de gritar basta, de que como sociedad entendamos que la vida de las mujeres no puede seguir estando en riesgo cada día, en cada esquina, en cada decisión.

Como periodista, como mujer y como ciudadana, me duele hasta los huesos tener que escribir otra vez lo mismo: otro femicidio, otra masacre que nos sacude, otra marcha convocada por el mismo motivo que debería ser ya intolerable. Pero la repetición también es un llamado: nos están matando, y quienes deberían protegernos siguen llegando tarde o mirando para otro lado.

Y mientras enterramos a Morena, Brenda y Lara, resuenan palabras que hielan la sangre. Hace apenas un año, el propio presidente Javier Milei dijo: “El feminismo pretende tener privilegios con la figura del FEMICIDIO, a los hombres también los matan, los mandan a la guerra y los roban”. ¿Qué privilegio puede haber en terminar enterrada a los 15, a los 20, después de haber sido engañada, torturada y asesinada? ¿Qué privilegio hay en convertirse en un número más de una estadística que crece sin parar?

Estas declaraciones no son un simple exabrupto: son la radiografía de un pensamiento machista que relativiza nuestra muerte, que equipara realidades que no son comparables, que se niega a reconocer la violencia estructural que nos atraviesa como mujeres. Mientras persista esa visión, mientras desde el poder se siga alimentando la absurda “guerra de géneros”, estaremos más expuestas, más indefensas, más solas.

Hoy no alcanza con la indignación. Necesitamos justicia real, políticas firmes, un cambio cultural profundo que deje de mirar para otro lado. Porque no son casos aislados, no son daños colaterales: es un sistema que falla, es un Estado que no protege, es una sociedad que aún tolera demasiado la violencia hacia nosotras.

El triple femicidio de Florencio Varela debe ser un punto de inflexión. Que Morena, Brenda y Lara no se conviertan en tres nombres más olvidados en la vorágine de la noticia. Que su muerte nos duela lo suficiente como para movernos, para exigir, para no aceptar más excusas.

No se trata de privilegios ni de victimismos: se trata de vidas. Y cada vida de mujer perdida en manos de la violencia machista es una derrota de todos como sociedad. Es hora de terminar con esta guerra absurda y de asumir lo que está en juego: nuestro derecho a vivir.