Una maniobra burda, una mafia de cartón: la Justicia al servicio del odio contra Cristina
La sorpresiva licencia del juez Jorge Gorini, reemplazado por Rodrigo Giménez Uriburu —íntimo de Macri y compañero de fútbol del fiscal Luciani— confirma que la mafia judicial está decidida a avanzar contra Cristina Fernández de Kirchner sin disimulo. Una operación burda, funcional al odio y al poder real, que busca una sola imagen: Cristina tras las rejas. Mientras personajes siniestros como Cecilia Pando celebran la condena, el pueblo sigue firme con su líder. Porque ellos solo entienden el odio, pero nosotros hablamos con amor y memoria.
POLITICA NACIONAL
Por Camila Domínguez
6/13/20253 min read


La persecución judicial contra Cristina Fernández de Kirchner acaba de escribir un nuevo capítulo vergonzoso y profundamente peligroso para la democracia argentina. El juez Jorge Gorini, quien debía ejecutar la prisión domiciliaria de la expresidenta tras la confirmación del fallo de la Corte Suprema, se toma una sorpresiva “licencia” de diez días, justo en el momento clave en el que debía decidir sobre su detención. Su lugar será ocupado por Rodrigo Giménez Uriburu, el mismo juez que jugaba al fútbol con Mauricio Macri y el fiscal Diego Luciani en la quinta Los Abrojos.
¿Hace falta algo más para entender de qué se trata todo esto? Esto no es Justicia: esto es una operación. Una jugada mafiosa, burda, descarada y obscena. Sacan al juez que no les sirve y ponen a un soldado leal al poder. Así funciona esta mafia judicial de cartón: se disfraza de legalidad pero actúa como brazo ejecutor de un sector político, mediático y económico que nunca toleró que una mujer les disputara el poder real.
El fiscal Luciani, el mismo que compartía la cancha y los asados con Uriburu y Macri, pidió la detención inmediata de Cristina apenas se conoció el fallo. Pero Gorini, que al menos intentó respetar los procedimientos, se negó a esa arbitrariedad y otorgó los plazos correspondientes, como corresponde en un Estado de derecho. Eso fue suficiente para marcarlo como un “obstáculo” en el plan: había que correrlo y poner a alguien más obediente.
Así aparece Giménez Uriburu en escena. No sólo es un juez que fue parte activa de un escandaloso equipo de fútbol en la quinta del expresidente que debió haber sido juzgado, sino que durante el juicio a Cristina tuvo el descaro de presentarse con un mate del “Liverpool” judicial, como si el juicio fuera una cargada de vestuario. Esa es la clase de impunidad con la que se manejan: hacen justicia de escritorio con la camiseta puesta, con el escudo de los poderosos.
El objetivo es claro y no lo disimulan: quieren la foto. Quieren ver a Cristina tras las rejas. Quieren regodearse con esa imagen. Lo que no pudieron conseguir en las urnas, lo intentan lograr por la fuerza de una justicia degradada y al servicio del revanchismo. Lo único que les importa es ver humillada a la mujer que se les plantó, que gobernó sin jefes, que no se arrodilló frente al poder económico, ni a la embajada, ni a Clarín.
Este episodio no es una anécdota aislada. Es una muestra de cómo funciona una mafia judicial de cartón, pero con poder real. Se disfrazan de institucionalistas, pero juegan con la paz social con una impunidad vergonzosa, como si no hubiera consecuencias. Pero las hay. Y son graves. Porque esto no es justicia: esto es persecución planificada y odio organizado.
Y si hay alguna duda sobre qué intereses están detrás de esta cruzada, alcanzan las imágenes de Cecilia Pando festejando la condena de Cristina. La misma Pando que defiende a los torturadores, violadores y asesinos de la dictadura. Los mismos que quisieron desaparecer al pueblo, hoy celebran la condena de su mayor referente. Esa es la clase de gente que se alegra cuando persiguen a Cristina. Y eso, en sí mismo, lo dice todo.
Pero hay algo que esta mafia jamás va a entender: la lealtad del pueblo no se compra ni se doblega. Por más que intenten ensuciarla, encarcelarla o borrarla del mapa político, Cristina no está sola. Cada vez que intentan derribarla, el pueblo la abraza más fuerte. No entienden por qué sonríe, por qué baila, por qué la siguen miles, por qué la aman. No entienden porque nunca sabrán lo que significa el amor del pueblo.
Ellos sólo conocen el lenguaje de la traición, la revancha y el odio. Pero nosotros no.