Una plaza desbordada, un pueblo despierto y un poder que retrocede: Cristina no está sola

A pesar del operativo represivo, las amenazas y el intento de disciplinamiento judicial, una multitud desbordó la Plaza de Mayo para abrazar a Cristina Fernández de Kirchner en su prisión domiciliaria. El plan del gobierno de Milei y de los jueces funcionales para exhibirla humillada fracasó: el pueblo habló, salió a la calle y obligó al poder a retroceder. Ahora, los mismos que querían verla en un calabozo lloran porque sale al balcón.

POLITICA NACIONAL

Por Julián Pereyra

6/19/20253 min read

Intentaron de todo. Amenazaron con ciberpatrullaje, anunciaron requisas, prometieron detenciones arbitrarias “por si acaso”, autorizaron a la Policía Federal a que te saque de la cama si escribís mal de Milei en redes. Patricia Bullrich desplegó su habitual show de fuerza represiva con la esperanza de amedrentar a una militancia que lleva décadas enfrentando dictaduras, neoliberalismo, proscripciones y cárceles. Pero fracasaron. Una vez más, fracasaron. Porque ayer la Plaza de Mayo habló. Y cuando el pueblo habla, no hay decreto, tobillera, ni tribunal servil que aguante.

A pesar del operativo intimidatorio, del nuevo estatuto policial redactado al calor del miedo, de la amenaza constante de la represión, fue imposible detener lo inevitable: una multitud desbordó el centro de la Ciudad de Buenos Aires para abrazar a Cristina Fernández de Kirchner en su primer día bajo prisión domiciliaria. Una movilización histórica, masiva, transversal, que reunió a todo el peronismo, a los movimientos sociales, a las Madres, a los sindicatos y hasta a sectores de izquierda que se sumaron con una certeza compartida: lo que están haciendo con Cristina no es justicia, es persecución política.

El plan original era otro. El gobierno libertario, con complicidad judicial funcionales al macrismo, quería la foto. Esa foto. Cristina en un calabozo, rodeada de policías, humillada, derrotada. La querían caminar por los pasillos de Comodoro Py, como trofeo del poder económico, mediático y judicial. Querían disfrutar su show, brindar con el mejor vino, aplaudir desde las tribunas del odio. Pero no contaban con lo más importante: el pueblo.

La marcha fue tan imponente que los jueces se tiraron para atrás. Literal. Suspendieron la orden de trasladarla, anularon el show planificado, y decidieron notificarla en su domicilio. Cristina se quedó en su casa, pero no por rendirse. Fue una decisión táctica del enemigo que entendió que no podía controlar lo que se venía. Porque el plan de exhibición pública les explotó en la cara: no era Cristina caminando sola, era Cristina caminando al frente de un país. Una imagen que no se iban a bancar ni ellos ni su relato de república para pocos.

El resultado fue grotesco. No solo no pudieron meterla en una celda como tanto soñaban, sino que ahora están escandalizados porque sale al balcón. Sí, al balcón. Los jueces alegan que “altera la convivencia pacífica del vecindario”. ¿La convivencia de quién? ¿De qué vecindario hablan? ¿Qué es lo que les molesta tanto? ¿Que salude? ¿Que baile? ¿Que siga viva políticamente mientras ustedes se arrastran detrás de cada orden del poder real?

Ridículos. Eso son. No les molesta que esté presa en su casa, les molesta que no esté derrotada. Les duele verla sonriente. Les duele escuchar el “Vamos a volver” tronando desde la plaza hasta el Congreso. Les duele que no puedan borrar su legado, ni su imagen, ni mucho menos el amor del pueblo que la sigue eligiendo. Y como no pueden con eso, inventan excusas absurdas para seguir cercándola: que no reciba visitas, que no dé discursos, que no opine. Quieren que esté callada, invisible. Pero Cristina no se borra.

Lo que pasó ayer no fue una simple manifestación. Fue una respuesta política y emocional, una advertencia: no importa cuántas togas vistan ni cuántos decretos redacten, no van a poder borrar lo que millones sienten. Podrán encerrarla en su casa, podrán acosarla con causas armadas, podrán monitorear redes, detener sin orden judicial o espiar memes. Pero jamás van a poder encerrar al pueblo, ni su historia, ni su conciencia.

Mientras los odiadores se obsesionan con verla humillada, millones la acompañan con los pies en la plaza y el corazón en alto. Porque Cristina representa mucho más que un nombre. Representa el derecho a una vida digna, la memoria de quienes resistieron, la justicia que falta y la esperanza que resiste. Y esa esperanza, por más que la quieran enjaular, siempre encuentra una forma de salir... aunque sea por el balcón.